Minju despertó temprano, apagando la alarma con un golpe suave antes de estirarse. Sentía los músculos tensos por la noche, pero tenía que moverse. Al voltear, notó a William, quien seguía dormido boca arriba, con la boca entreabierta, dejando escapar pequeños ronquidos. Minju lo miró con una mezcla de frustración y resignación.
Se levantó y caminó hacia la cama de William, sacudiéndolo tres veces con energía. Todo lo que consiguió fue un par de quejidos y ver cómo William se daba vuelta, acurrucándose como si nada. Minju respiró hondo, molesto por el retraso, y decidió que era suficiente. Agarró una almohada y, sin pensarlo demasiado, le dio un golpe firme. William despertó sobresaltado, con los ojos bien abiertos y el cuerpo tenso por la sorpresa.
La noche anterior, William había llegado tarde. Entró corriendo y riéndose a carcajadas, cerrando la puerta con un estruendo. Minju lo observó, sorprendido por la escena. William parecía un niño, jadeando como si acabara de ganar una partida de escondidas. Su risa era tan auténtica que le recordó los días en que él y su mejor amigo hacían gestos a espaldas de su abuelo después de un regaño, compartiendo risas cómplices. Minju sonrió para sí mismo al recordar algo que había estado enterrado en su memoria. No hizo demasiadas preguntas, excepto por el permiso, al que William respondió con un gesto despreocupado antes de meterse en la cama y pasar horas mensajeando.
Minju, fastidiado por la luz del teléfono, le había lanzado una almohada para obligarlo a apagarlo. Sabía que hoy William no quería levantarse porque apenas había dormido, pero solo tenían dos horas de permiso, y necesitaban comprar los supresores de la receta. Tenían que prepararse e ir a desayunar. Si William seguía así, perderían el tiempo.
—Levantate —ordenó Minju, lanzándole otra almohada—. No nos dará tiempo para comer.
William se despertó de golpe, con el corazón acelerado y la respiración entrecortada, desorientado por unos segundos. Se llevó la mano al rostro, donde la almohada lo había golpeado, y parpadeó varias veces, tratando de entender qué había pasado. Giró la cabeza y vio a Minju, de pie junto a su cama, con los brazos cruzados y una expresión severa.
—¿Qué...? —murmuró William, aún aturdido, frotándose los ojos—. ¿Qué hora es?
Minju no respondió, solo lo miró con impaciencia. William se incorporó lentamente, con el cabello revuelto y la marca de la almohada aún visible en su mejilla.
—¡Dios! Ya te dije que me levantaría… —se quejó, medio dormido, mientras se dejaba caer nuevamente sobre el colchón, pero antes de que pudiera acomodarse de nuevo, sintió otra ráfaga de aire y el golpe de una segunda almohada.
—No hay tiempo, William. ¡Despiertate de una vez! —replicó Minju, con tono cortante.
William suspiró dramáticamente, resignado. Se sentó en la cama y miró a Minju con una sonrisa perezosa.
—Estás muy agresivo hoy, ¿Y si tomamos un café? —dijo con una sonrisa ladeada, intentando bromear, aunque el cansancio todavía pesaba en sus párpados.
Minju volteó los ojos con impaciencia, ignorando el comentario de William. Sin decir palabra, se dio la vuelta y comenzó a recoger sus cosas para prepararse. Ambos se dirigieron al baño y regresaron en menos de veinte minutos. Ya eran las 8:30, y con el permiso programado para las 9 am, no les daría tiempo para desayunar algo decente, pero al menos podrían tomar un café.
Caminaron juntos hacia el comedor, sus pasos resonando en los pasillos desiertos. Era fin de semana, y la mayoría de los estudiantes aprovechaba para dormir hasta tarde. Minju había elegido esta hora precisamente por eso, para evitar las multitudes y la distracción de las conversaciones ruidosas.
ESTÁS LEYENDO
Dinastía: Herederos
RomansaEn un mundo donde el poder y la riqueza dictan el destino de las personas, los herederos de las dos compañías de construcción más prestigiosas del país se enfrentan en una batalla sin cuartel por un contrato que podría definir el futuro de sus imper...