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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 1; 𝐀𝐥 𝐌𝐚𝐫𝐠𝐞𝐧.






-Che, Santillán, ¿vas a prestar atención alguna vez o te vas a seguir haciendo la rockstar? -escucho a Javier decirme desde adelante, en tono burlón.

Lo miro sin ganas, apoyando la cara en mi mano, completamente harta de estar ahí. -Vos seguí prestando atención, así después le pedís laburo a tu viejo en la oficina. A mí déjame en paz -respondo sin pensarlo mucho, dibujando una sonrisa cínica en la cara.

El salón estalla en risas. Qué fácil es manejar a esta gente. Mientras todos se ríen, vuelvo la vista a la ventana. El sol de la tarde ilumina los árboles del patio, y aunque es casi primavera, lo único que me importa es que falte cada vez menos para salir de este infierno llamado colegio.

-Eh, Manu, ¿a dónde vas después? -me pregunta Carla, sentada a mi izquierda. Mi amiga desde el primer año, la única con la que todavía hablo en serio.

-No sé, supongo que a lo de mi viejo primero. Después voy a ver -le contesto, sin mucho entusiasmo. No me molesta charlar con ella, pero la verdad es que lo único que tengo en la cabeza es irme de acá.

-Yo hoy no salgo -salta Daniela, una de las otras chicas del grupo, que está más preocupada por su examen de Economía que por vivir un poco la vida.

-¿Y cuándo salís vos? -le suelto con una sonrisa pícara-. Tenés una cara de que no te dejan salir ni a la esquina. - Bah, si yo solo a escondidas, mucho no puedo hablar tampoco -

Carla se ríe. -La Dani ya no es la misma desde que se puso a estudiar en serio. Está para contadora, no para rockstar.

Daniela hace un gesto de indignación, pero se ríe también. Yo sólo pienso en que ellas no entienden lo que es sentir que se te está escapando el mundo si te quedás en casa estudiando. Yo no puedo con eso, no quiero ser como todos los demás.

El timbre finalmente suena. Sin despedirme, agarro mi mochila y salgo al toque. Carla me sigue de cerca, siempre es la que se copa más con mis planes nocturnos. Pero hoy, la verdad, quiero estar sola.








Llego a casa, o lo que llamo "casa" porque es donde un juez me obliga a vivir. Mi viejo está en la mesa, como siempre, leyendo el diario. El olor a cigarrillo me da un golpe en la cara apenas entro, pero ya estoy acostumbrada. De hecho, me gusta. Es mejor que el vacío. Paso por el comedor y tiro la mochila en una silla.

-¿Qué hay para comer? -pregunto más por inercia que porque realmente quiera saber.

-Milanesas en la heladera -responde sin levantar la vista.

- Pero papi, ya comimos la semana pasado eso, no me gusta. - Dice Santi, mi hermanito, el único que la pasa bien acá.

- Vos tenes para comer fideos con queso, tus favoritos, decile a tu hermana que te los caliente. - Le dice de una forma en la que a mí nunca me habla, pero estoy acostumbrada.

Me da bronca esa indiferencia, pero ya no me molesto en discutir.

-Ya fue, me pido una pizza -digo mientras saco el celular.

Él ni siquiera responde, sólo hace un gesto con la cabeza. Me quedo mirándolo un segundo, esperando algo, cualquier cosa que rompa esa burbuja de silencio en la que siempre estamos. Pero no pasa nada, como siempre. Me doy vuelta y subo a mi cuarto. Necesito salir.









Esa noche, me pongo la misma ropa de siempre. Campera de cuero, jeans rotos, mis Converse destrozadas, que probablemente podrían contar más historias que yo. Paso un poco de delineador negro por mis ojos y me miro en el espejo. Hay algo en esa imagen que me gusta, como si cada vez que me visto así, me alejara más de la Manuela que el resto cree conocer. Esa Manuela que estudia, que responde a los profesores. No, esta es la Manuela real. La que sale por las noches.

Salgo sin decirle nada a mi viejo. Él ni se da cuenta. Camino por las calles de Pilar como si las conociera de memoria, aunque en realidad sólo conozco algunos rincones. Llego al bar de siempre, ese que está escondido entre dos locales, como si no quisiera que cualquiera lo encontrara. Lo cruzo sin pensarlo dos veces, y al entrar, el ambiente me envuelve como una manta conocida.

-Lo de siempre, Mati -le digo al barman, apenas me ve llegar.

Mati me sonríe. Es uno de esos tipos que siempre está ahí, como si fuera parte del decorado del bar. Me pasa una cerveza fría y me apoyo en la barra, observando el escenario vacío. Hoy hay banda en vivo, y eso siempre me da una adrenalina especial.

Mientras espero a que empiece la música, un grupo de chicos me mira desde una mesa. Los ignoro al principio, pero uno de ellos se levanta y se acerca. Tiene pinta de creído, de esos que piensan que pueden chamuyarte con una sonrisa y un par de palabras bien elegidas.

-Te vi por acá antes, ¿sos fan del rock o venís porque está de moda? -me suelta, con ese tono burlón que no soporto.

Lo miro de arriba abajo, sin apuro. Tomo un sorbo de mi cerveza y respondo, sin perder la calma. -Soy fan del rock, vos quedate con la moda si querés.

El tipo se ríe, como si no esperara esa respuesta. -Soy Fede, toco la guitarra en una banda. Si querés, podés venir después del show y te hacemos escuchar algo mejor que lo que está sonando ahora.

Me encojo de hombros, sin darle demasiada importancia. En el fondo, me da curiosidad, pero tampoco voy a mostrarlo. -Voy a ver -le digo, y me giro de nuevo hacia el escenario.

La banda comienza a tocar, y todo se desvanece. La música llena el bar, cada acorde sacudiéndome por dentro. Este es mi lugar, donde todo lo que me preocupa desaparece. Acá no soy la piba que se aburre en la escuela, la que tiene una familia rota. Acá, soy simplemente Manuela, y eso es suficiente.

Y mientras la noche avanza, siento que el mundo del rock, ese que siempre estuvo al margen, me va envolviendo un poco más.

𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐃𝐈𝐉𝐎  | 𝐺𝑈𝐼𝐷𝑂 𝑆𝐴𝑅𝐷𝐸𝐿𝐿𝐼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora