002

1K 35 7
                                    




              𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 2; 𝐂𝐚𝐥𝐚𝐦𝐚𝐫𝐨



—¿Y? ¿Qué te parece? Para que nos mires así, creo que mucho no te convencimos —preguntó Fede, con una media sonrisa que no alcanzaba a esconder su curiosidad.

—No, no, tranqui —me apresuré a responder, rascándome la cabeza—. Ando con mil rollos en la cabeza. No están tan mal, digo, tampoco es que sean los Rolling, pero safan.

Fede soltó una risa leve, claramente relajado por mi respuesta. Y así se fue la noche, entre charlas y música que, sinceramente, no estaba tan mal. Probablemente esa noche quede en mi memoria por un buen tiempo. Me hago la chica mala, pero ni siquiera he dado mi primer beso, y digamos que Fede me pidió mi mail, así que tan mal no estoy, ¿no?






Al día siguiente, a las siete de la mañana —desgraciadamente—, me tocó volver a la cárcel llamada secundaria.

Las primeras horas fueron como siempre: la de lengua hablando a mil por hora, como si estuviéramos en una competencia para ver quién entendía más rápido, aunque nadie lo hiciera. Y la de historia... bueno, digamos que no le presté demasiada atención, para variar. Cuando al fin sonó el timbre, corrí a buscar a mis amigas, las únicas que tengo.

—¿Qué pasó, amiga? ¿Todo bien? Hace mil que no te acercás a hablar con nosotras —dijo Cielo, una amiga de quinto, a quien conozco desde que éramos chicas.

—Está todo bien, tranqui. Te quería invitar a venir a un bar conmigo esta noche. Si querés, te trucamos el DNI, soy experta en eso —le dije, esbozando una sonrisa.

—Ay, Manu, vos sabés que te quiero, pero justo hoy tengo un recital de una banda nueva por acá. Si querés, podemos juntarnos después a escuchar mis CDs; tengo de Pescado Rabioso —respondió con una sonrisa nerviosa, como si la idea de salir de noche la asustara un poco, aunque no me sorprendía. Vivimos en Argentina, ¿qué se puede esperar?

—¿Cuál nueva banda? Espero que no sean esos nuevos hermanitos. Se hacen los rockeros, pero al final parecen personajes de Cris Morena —solté, con una mezcla de ironía y desinterés. No soy como esos viejos que te dicen que por ser mujer no te pueden gustar los Redondos, pero cuando se trata de banditas que parecen boybands... me sale lo hater.







A eso de las once de la noche, volví a hacer mi recorrido habitual: escaparme para ir al bar. Al llegar, el olor a porro ya me resultaba familiar, al igual que el tipo que atiende, que siempre me regala un par de puchos para la noche. Hoy se presentaba la misma banda que ayer, mientras yo me sentaba a charlar con Mati, como todas las noches.

—¿Qué onda con tu vida, Santillán? Ayer te escuché decir que andabas con mil rollos. Espero que te esté yendo bien en la escuela, acordate que todavía tenés 17 añitos, ¿eh? —dijo Mati, como si le hablara a una nena.

—Pará, Mati, casi tengo dieciocho. No soy ninguna boludita. ¿Y vos qué onda con esta banda? Parece que algunos son grosos —respondí, haciéndome la desentendida.

—Ese de allá —dijo señalando a Fede, el mismo de anoche— es groso. Está con Calamaro, bueno, más bien es amigo de él. También tiene una banda copada además de esta, se llaman Estelares.

—Mirá vos, parecía medio groncho.

—Me imagino que ya le dijiste que sí, ¿no? —agregó Mati, con una mirada pícara.

—¿Bah? ¿De qué hablás? —pregunté, intrigada. Tal vez estaba fumado y decía cualquier boludez.

—Este tipo, Calamaro, está buscando una voz femenina para los coros. Te vio ayer y le pareciste la indicada. Te digo que sos la única mina en este bar, ¿no? —explicó Mati, como si la cosa fuera de lo más normal. No lo podía creer. ¿Calamaro buscando una voz femenina? ¿Y pensó en mí? Definitivamente Fede había fumado de más.

Después de esa charla confusa, me dirigí hacia la mesa donde estaba Fede, junto con otros dos pibes. Uno era morocho con reflejos rubios y el otro rubio natural. Los miré de arriba a abajo, como siempre. Anda a saber si los fisuras son ellos; las apariencias engañan, como dijo algún poeta.

—¡Eu, Manu! Pensé que no te iba a volver a ver por acá. Estos son unos pibes que tienen una banda nueva, capaz los conocés. Vení, sentate —dijo Fede, haciéndome un lugar al lado suyo. Por pura educación, me senté.

Sentí una mirada clavada en mí desde el otro lado de la mesa. No pude descifrar de quién venía, pero había algo en ella que me generaba una extraña mezcla de intriga y nervios. La sensación de ser observada no se me fue en toda la noche.

—Vos anoche me estabas buscando, ¿no? —le pregunté a Fede, tratando de descubrir qué pasaba. Esa mirada seguía haciéndome sentir expuesta.

—Sí, de hecho, quiero hablar con vos de algo importante, pero ahora me tengo que ir. Escríbime al mail, ¿dale? Nos vemos —dijo rápidamente, casi como si estuviera huyendo.

Me quedé con una sensación extraña. Era la primera vez que alguien me dejaba con la palabra en la boca... y esa mirada, esa mirada que había sentido toda la noche, seguía ahí, rondando en mi mente. ¿Quién era? ¿Qué quería de mí?


Así se fue la noche, con más preguntas que respuestas, y la sensación de que algo estaba por cambiar. Y aunque no lo quería admitir, esa intriga me iba a acompañar durante mucho tiempo.








𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐃𝐈𝐉𝐎  | 𝐺𝑈𝐼𝐷𝑂 𝑆𝐴𝑅𝐷𝐸𝐿𝐿𝐼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora