/ cap. OO8

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A medida que Brielle y John se alejaban, George los observaba desde la puerta de su casa. La sonrisa de Brielle aún flotaba en su mente, y la calidez de su mirada parecía haberse quedado grabada en su memoria. Cerró la puerta y se recostó en ella, suspirando profundamente. Sentía una mezcla de felicidad por haberla visto y frustración por la distancia que tenía que mantener.
Esa noche, le costó dormir. Cada vez que cerraba los ojos, su mente recreaba la sonrisa de Brielle, las miradas que se habían intercambiado y la manera en que había sentido su corazón latir a mil por hora. Se dio la vuelta en la cama, intentando convencerse de que debía dejar de pensar tanto en ella. Pero le resultaba imposible; ella estaba ahí, en cada pensamiento, como una melodía que se negaba a desaparecer.
A la mañana siguiente, George se levantó temprano y salió a caminar para despejar su mente. El aire fresco de Liverpool le daba cierta tranquilidad, pero la incertidumbre sobre sus sentimientos persistía. Caminó sin rumbo, pasando por lugares familiares, hasta que sus pasos lo llevaron a un pequeño café. Entró, pidió un té y se sentó en una mesa junto a la ventana, observando a la gente que pasaba por la calle.
Mientras bebía, comenzó a pensar en lo que haría si un día se armaba de valor y le confesaba sus sentimientos a Brielle. ¿Lo vería ella como algo más que un amigo? ¿Se arriesgaría a comenzar algo sabiendo que John podría desaprobarlo? La idea de arruinar su amistad con él era dolorosa, pero también lo era la posibilidad de nunca decirle a Brielle lo que sentía, aunque nunca se atreveria ya que teme las consecuencias. Sus pensamientos eran un torbellino sin respuesta.
Después de un rato, George decidió volver a casa, con la esperanza de que el ensayo de la tarde lo ayudara a distraerse. Cuando llegó, Paul y Ringo ya estaban ahí, afinando sus instrumentos y bromeando como siempre. John apareció poco después, y el ensayo comenzó sin mayor preámbulo. Aunque trató de concentrarse en la música, George no podía evitar lanzar miradas hacia la puerta, esperando que Brielle apareciera de nuevo, a pesar de saber que ella no había prometido regresar ese día.
En medio de una canción, John se percató de la distracción de George y, al final, se acercó a él, con una sonrisa burlona.
—Vamos, George, ¿te has quedado pensando en algo o en… alguien? —preguntó con un tono juguetón, dándole una palmadita en el hombro.
George rió nerviosamente, intentando ocultar su incomodidad.
—Nah, estoy bien… —respondió, tratando de desviar la conversación, pero su mente no dejaba de traicionarlo.
El ensayo continuó, y cuando terminaron, John anunció que tendría que irse temprano esa tarde, lo cual dejó a George con una mezcla de alivio y preocupación. Justo cuando los demás estaban por salir, Brielle apareció en la puerta de la casa, sorprendiendo a todos.
—¡Brielle! —exclamó John, sorprendido—. ¿Qué haces aquí?—
—Pensé en pasar a saludar y ver si todavía estaban ensayando —dijo ella con una sonrisa.
John la abrazó y luego miró a sus amigos—. Bueno, ya que estás aquí, ¿quieres acompañar a George un rato? Yo tengo que salir, pero él seguro puede entretenerte. ¿Verdad, George?—
George sintió cómo el corazón le daba un vuelco. Era una oportunidad perfecta para pasar tiempo con Brielle sin tener que ocultar tanto sus sentimientos, pero también le asustaba la idea de quedar a solas con ella. Finalmente, asintió, esforzándose por mantener la calma.
—Claro, no hay problema —respondió, intentando sonar casual.
Los otros se despidieron y salieron, dejando a George y Brielle en la sala de ensayo. Por un momento, ambos se quedaron en silencio, sin saber bien qué decir, hasta que Brielle rompió el hielo.
—La verdad es que me gusta escucharlos ensayar. Tienen algo especial —dijo, mirándolo con sinceridad.
George sonrió, sintiendo que su ansiedad disminuía un poco al ver la amabilidad en sus ojos.
—Gracias, Brielle. Eso significa mucho —respondió, sintiendo un impulso de sinceridad—. Y, bueno, me alegra mucho que hayas venido.—
Pasaron la siguiente hora hablando de música, de sus gustos y sueños. George descubrió que Brielle tenía una sensibilidad especial para apreciar la música, y se sentía cada vez más atraído por su manera de ver el mundo. La conversación fluía de manera natural, y por primera vez, George se sintió libre de ser él mismo, sin preocuparse de que alguien lo observara o de que John pudiera descubrir sus sentimientos.
Al cabo de un rato, Brielle lo miró con una sonrisa tímida y le hizo una pregunta inesperada.
—¿Alguna… alguna vez te has sentido atraído por alguien, pero no has tenido el valor de decírselo? —preguntó, sin apartar la mirada.
La pregunta lo tomó por sorpresa, y George sintió cómo el calor subía a sus mejillas. Tomó un momento para responder, pensando cuidadosamente sus palabras.
—Sí… alguna vez. Pero, a veces, las cosas no salen bien, ¿Cierto? —dijo en voz baja, evitando mirarla directamente.
Brielle asintió, como si entendiera perfectamente lo que quería decir. En ese momento, se produjo un silencio cargado de significado. Ambos sabían que había algo más en aquellas palabras, algo que no se atrevían a mencionar abiertamente.
Finalmente, Brielle se levantó, anunciando que debía volver a casa antes de que John y la tía Mimi se preocuparan. George la acompañó hasta la puerta, y cuando se despidieron, sus manos se rozaron por un segundo, provocando que ambos se miraran, conteniendo la respiración.
—Hasta luego, George. Gracias por… todo —dijo Brielle, con una sonrisa suave antes de marcharse.

George cerró la puerta lentamente, apoyándose en ella mientras el eco de la despedida de Brielle aún resonaba en sus oídos. El suave roce de sus manos había sido un detalle pequeño, pero para él, representaba todo lo que sentía y que no se atrevía a decir. Era como si, por un momento, su alma hubiera tocado la de ella, y a la vez, se mantenía firme en su promesa de no confesar sus sentimientos.
Suspirando, se dirigió de nuevo a la sala de ensayo para recoger su guitarra. Mientras pasaba los dedos por las cuerdas, sintió la familiaridad de la música como un alivio, un refugio donde podía volcar todos esos pensamientos y emociones que no podía expresar. Sin embargo, Brielle se había convertido en una melodía persistente en su mente, una canción que no podía dejar de tocar.
Esa noche, de nuevo, le costó dormir. Cada sonido y cada sombra en su habitación parecían recordarle a ella. Pensó en las palabras que habían intercambiado, en esa tímida pregunta de Brielle, y se preguntaba si también había algo oculto en su mirada, una señal de que sus sentimientos quizás no fueran tan unilaterales. La incertidumbre lo carcomía, pero sabía que no podía arriesgarse.
Pasaron algunos días sin que George viera a Brielle, y aunque trataba de concentrarse en la música y los ensayos con la banda, su mente siempre encontraba la manera de regresar a ella. Una tarde, mientras afinaba su guitarra en casa, escuchó una suave serie de golpes en la puerta. Se levantó, algo sorprendido, y al abrir, se encontró con Brielle.
—Hola, George. Espero no interrumpir —dijo ella, jugueteando con sus manos y sonriendo educadamente.
—¡Brielle! No, claro que no —respondió él, tratando de sonar relajado—. ¿Pasa algo?
Ella negó con la cabeza y lo miró con una expresión que él no logró descifrar del todo.
—No, solo... pensé en venir a verte. Quería ver cómo te estaba yendo con la música.
George la invitó a pasar, y se acomodaron en el pequeño sofá de la sala de ensayo. A medida que hablaban, George notó que Brielle parecía distinta, más reflexiva, como si algo rondara en su mente. Después de unos minutos de charla, ella lo miró, con una seriedad que rara vez mostraba.
—George… —comenzó, y luego dudó—. ¿Alguna vez has sentido que quieres algo, pero no puedes alcanzarlo? Como si hubiera algo siempre en el camino…—
George sintió un nudo en el estómago, reconociendo en sus palabras algo que resonaba con fuerza en su propia situación. Asintió lentamente, sin apartar la vista de ella.
—Sí. Creo que sé cómo se siente eso —dijo en voz baja.
Brielle le sonrió, un poco triste, y pareció relajarse, como si hubiera esperado esa respuesta. Se quedaron en silencio unos momentos, ambos inmersos en sus pensamientos. George notó que se había acercado más a ella de lo habitual, y el impulso de confesarle lo que sentía creció en él con una fuerza que le costaba controlar. Pero, recordando su promesa, decidió apartar la mirada, enfocándose en las cuerdas de su guitarra.
Después de un rato, Brielle suspiró y se puso de pie.
—Debería irme. Solo quería pasar un rato contigo —dijo con una sonrisa suave, pero George pudo notar una sombra de melancolía en su expresión.
—Me alegra que hayas venido —respondió él, sonriendo con calidez.
La acompañó hasta la puerta, y cuando se despidieron, volvió a sentir ese roce breve pero intenso entre sus manos. George la observó alejarse una vez más, con la certeza de que, aunque cada encuentro con ella avivaba sus sentimientos, su promesa de guardarlos permanecería intacta… al menos por ahora.

 George la observó alejarse una vez más, con la certeza de que, aunque cada encuentro con ella avivaba sus sentimientos, su promesa de guardarlos permanecería intacta… al menos por ahora

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(Alch, m dió flojera hacerlo más largo)

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