/ cap. O31

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La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la ventana de Brielle, proyectando un tenue resplandor en las paredes de su habitación

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La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la ventana de Brielle, proyectando un tenue resplandor en las paredes de su habitación. Todavía medio adormecida, se giró en la cama, intentando aferrarse a los últimos vestigios del sueño. Pero la realidad la golpeó como una ráfaga de aire frío: el recuerdo de la noche anterior volvió a ella con una nitidez que le cortó el aliento.

El beso de George.

Llevó la mano instintivamente a la comisura de su boca, como si pudiera revivir el momento con solo tocarla. Su corazón comenzó a latir con fuerza, y una extraña mezcla de nervios y emoción se apoderó de ella. Había algo en la forma en que él la había mirado, en la manera en que sus palabras —"No puedo dejar de pensar en ti"— parecían desnudarse ante ella, que hacía imposible seguir ignorando lo que siempre había intentado negar.

Pero el peso de las implicaciones no tardó en asomarse. ¿Qué significaba aquello para ellos? ¿Para John? ¿Y para todo lo que los unía y los separaba al mismo tiempo?

Con un suspiro, Brielle se incorporó lentamente, abrazándose a sí misma mientras intentaba organizar sus pensamientos. Sin embargo, su mente no dejaba de regresar a George, a su voz, a sus ojos, a ese momento en que el mundo pareció detenerse.

Unos golpes en la puerta de su habitación la sacaron de sus pensamientos.

—¡Brielle, baja ya! —gritó John desde el pasillo—. Mimi dice que no piensa guardarte el desayuno otra vez.

—¡Ya voy! —respondió, su voz algo más aguda de lo habitual.

Se vistió rápidamente, intentando calmar el torbellino de emociones que la invadía. Bajó las escaleras y encontró a John sentado en la mesa de la cocina, devorando una tostada mientras Mimi le lanzaba miradas de advertencia desde el fregadero.

—Buenos días, Bri —dijo John con una sonrisa burlona—. ¿Soñando con príncipes azules o qué?

—No digas tonterías, John —replicó Brielle, rodando los ojos mientras se servía una taza de té.

Mimi, siempre atenta, se giró hacia ellos con el ceño fruncido.

—Deberías tener más cuidado con cómo empleas tu tiempo, Brielle. Últimamente llegas tarde a casa con demasiada frecuencia.

Brielle sintió que el calor subía a sus mejillas, pero intentó mantener la compostura.

—No estaba haciendo nada malo, Mimi. Solo estaba caminando con un amigo.

John soltó una carcajada, pero la mirada de Mimi permaneció fija en Brielle, evaluándola con esa mezcla de severidad y preocupación que la caracterizaba.

—Espero que ese amigo no sea uno de esos muchachos de la banda de tu hermano —dijo, su tono firme.

—¿Y qué si lo fuera? —replicó Brielle con un toque de desafío, aunque inmediatamente lamentó haberlo dicho.

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