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El suave murmullo de la cafetería se mezclaba con el olor a café recién hecho, creando una atmósfera familiar que calmaba los nervios de Brielle. El sol de la mañana apenas comenzaba a filtrarse por las ventanas, pintando la pequeña mesa de tonos dorados y cálidos. Frente a ella, George jugueteaba con una cucharita, moviéndola en círculos sobre la superficie del azúcar que había esparcido distraídamente.
Ambos parecían sumidos en sus pensamientos, en ese espacio compartido donde las palabras a menudo sobraban. Habían hecho de aquel rincón de la cafetería un refugio propio, un sitio donde los silencios no incomodaban, sino que parecían decirlo todo. Brielle no podía evitar notar la expresión pensativa de George, como si estuviera reuniendo valor para decir algo importante. Ella misma sentía el impulso de cruzar esa línea que tanto los había contenido, pero cada vez que reunía el coraje para dar ese paso, la duda la frenaba.
George levantó la mirada y sus ojos se encontraron, sus labios entreabriéndose como si finalmente hubiera decidido confesar algo. Pero, justo en ese instante, la campanilla de la puerta sonó con un tintineo agudo. Brielle se giró, y al ver quién entraba, sintió una mezcla de sorpresa y nerviosismo.
—¡Vaya! Así que aquí están ustedes dos, escondiéndose de todos —bromeó Paul, acercándose con una sonrisa burlona y una taza de café en la mano—. ¿Y qué conspiraciones están tramando tan temprano?
Brielle sintió cómo sus mejillas se calentaban, mientras George se limitaba a sonreír con una mezcla de resignación y diversión. La entrada de Paul había roto el momento, trayéndolos de vuelta a la realidad, y aunque la interrupción parecía casual, no podía evitar preguntarse si él había percibido algo en el aire.
—Nada de conspiraciones, solo… desayuno —respondió George con una risa nerviosa, intentando restarle importancia al momento.
Paul se sentó a su lado sin esperar invitación, mirando de uno a otro como si intentara leer algo entre líneas. La mirada traviesa en sus ojos hizo que Brielle se removiera incómoda en su asiento, mientras él continuaba observándolos con un interés un tanto descarado.
—Bueno, bueno, espero no interrumpir nada, entonces —dijo Paul, aunque su sonrisa indicaba que sospechaba lo contrario—. Me quedo solo un rato, lo prometo.
George lanzó una mirada fugaz hacia Brielle, como si compartieran un secreto que solo ellos entendían. Ella le devolvió una sonrisa ligera, casi resignada, aceptando que ese instante entre los dos se había desvanecido tan rápido como había surgido.
Paul seguía hablando sobre algún incidente divertido que había ocurrido en el ensayo de la noche anterior, pero Brielle apenas lograba prestar atención. Su mente estaba atrapada en aquel instante suspendido entre ella y George, esa fracción de segundo en la que las palabras parecían a punto de romper una barrera invisible entre ambos. Y ahora, con Paul sentado frente a ellos, bromista y perspicaz, sentía cómo ese momento se alejaba más y más.