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A la mañana siguiente, Brielle se despertó con la sensación de que el recuerdo de la noche anterior había sido un sueño, aunque la calidez de la chaqueta de George, colgada en su armario, era una prueba irrefutable de que había sido real. Se levantó despacio, saboreando el eco de la cercanía que habían compartido y, como si temiera perder ese pequeño pedazo de intimidad, pasó una mano sobre la suave tela antes de cerrar la puerta del armario.
Bajó las escaleras intentando contener la sonrisa que le nacía sin permiso, y al llegar a la cocina se encontró con la mirada de tía Mimi, quien la observaba con una ceja levantada, como si en silencio estudiara cada uno de sus gestos.
—¿Dormiste bien, Brielle? —preguntó Mimi en tono tranquilo, aunque su mirada tenía ese destello inquisitivo tan propio de ella.
Brielle asintió con una sonrisa, pero algo en la expresión de su tía le provocó un ligero escalofrío, como si aquel pequeño rincón de felicidad que había logrado guardar pudiera tambalearse.
—Sí, tía Mimi. Muy bien, gracias —respondió intentando sonar casual, mientras se servía un té—. ¿Y tú?
—Oh, no tan bien, pensando en cómo estos días pareciera que las cosas se ponen… ¿cómo decirlo? Demasiado interesantes para mi gusto.
Brielle sintió un nudo en el estómago, y se esforzó por mantener la calma, aunque el rubor subió a sus mejillas como un libro abierto.
—¿Interesantes? ¿Por qué lo dices? —trató de preguntar con indiferencia, tomando un sorbo de té para disimular.
Mimi la miró detenidamente antes de responder, en un tono calculadamente despreocupado.
—Supongo que tú sabrás a qué me refiero, Brielle. Ya no pareces la niña que entró aquí hace unos años —dijo, mientras le servía un poco más de té—. A veces me pregunto si habrás heredado la misma… inclinación a las aventuras que tienen algunos en esta familia.
Brielle bajó la mirada, sabiendo que detrás de esas palabras había una advertencia.
Brielle sintió el peso de la mirada de Mimi sobre ella, como si en cualquier momento pudiera descubrir lo que guardaba en el fondo de su corazón. Se armó de valor y trató de responder con una sonrisa tranquila, aunque el nerviosismo se reflejaba en sus manos, que giraban suavemente la taza de té.
—No sé a qué te refieres, tía Mimi, —respondió, tratando de sonar ligera, pero con una voz que apenas le salió en un susurro—. Solo soy… yo.
Mimi mantuvo el silencio unos segundos antes de asentir lentamente, como si aceptara la respuesta, pero no sin dejar escapar un leve suspiro que dejó claro que no estaba completamente convencida. Sus ojos, oscuros y sagaces, parecían ver más allá de lo que Brielle estaba dispuesta a admitir.
—Lo sé, Brielle. Pero recuerda una cosa, niña, —continuó Mimi en tono firme, sin perder ese deje de ternura en su voz—. Hay caminos que pueden parecer emocionantes, hasta irresistibles, pero a veces… pueden llevar a sitios de los que luego es difícil salir.