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Apenas se cerró la puerta tras la salida de George, el silencio inundó la casa, y Brielle se encontró sola con sus pensamientos y el leve eco de sus propios latidos, que aún resonaban como el rastro de algo importante, algo que no podría borrar.
Pasaron unos minutos antes de que John se acercara con una mirada suspicaz, y aunque su expresión era relajada, Brielle notó en él una atención más intensa de lo usual.
—Estás muy callada hoy, ¿eh? —John se dejó caer en el sillón a su lado, observándola de reojo—. ¿Algo te preocupa?
Brielle intentó sonreír, aunque sabía que cualquier expresión sería insuficiente para ocultar lo que realmente sentía. George parecía haberse quedado en cada rincón de esa sala, en su piel, en el aire que respiraba, como un susurro persistente que nadie más podía escuchar.
—No… solo tengo un poco de sueño, creo. —Forzó una sonrisa, esperando que sonara convincente.
John la miró, entrecerrando los ojos como si intentara leer algo más en su expresión. Finalmente, se encogió de hombros.
—Bueno, si dices que estás bien… —Murmuró, aunque en su voz había un dejo de duda.
Mientras John se alejaba para subir a su habitación, Brielle dejó que sus pensamientos volvieran a George. Al recordarlo, el mismo calor de antes volvió a envolverla, un calor que ya no podía negar.
Esa noche, mientras intentaba dormir, las palabras de George y el roce de sus manos volvían a su mente, un eco que le hacía ver que no importaba cuánto fingieran. Entre ambos había algo más fuerte que sus propios miedos, algo que ahora parecía imposible de ocultar.
Brielle cerró los ojos, esperando que el sueño la encontrara, pero solo consiguió recordar con más claridad los últimos momentos que había compartido con George. Todo, desde su mirada cautelosa hasta el roce de su mano en la suya, parecía haberse grabado en su memoria. Cada vez que intentaba convencerse de que podía dejar esos sentimientos de lado, sentía cómo el deseo de volver a verlo se apoderaba de ella, haciendo que su corazón latiera con más fuerza.
Al día siguiente, la rutina en casa de los Lennon continuó como siempre, pero Brielle sabía que algo había cambiado para ella. No pudo evitar observar a John, preguntándose si él sospechaba algo, si esa mirada curiosa que le había dirigido anoche era un indicio de que podía ver a través de ella. Aún así, fingió estar tranquila, manteniendo la apariencia de normalidad mientras su mente volvía una y otra vez a George.
Esa tarde, en un intento por despejarse, Brielle decidió dar un paseo por el vecindario. La brisa fría de Liverpool la envolvió, y con cada paso se sentía más tranquila, hasta que, al girar la esquina, vio a alguien que no esperaba.
George estaba allí, a unos metros de distancia, caminando hacia ella con las manos en los bolsillos y una sonrisa apenas contenida. La sorpresa la hizo detenerse en seco, mientras el viento agitaba sus cabellos y hacía que sus mejillas se ruborizaran un poco.