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Antes de salir, consciente del corazón que parecía salírsele del pecho, miró el placard. Sacó una prenda tras otra, fue de un estante a un cajón y metió cada cosa que sacaba en una bolsa dentro de la mochila. No supo por qué lo hizo o capaz sí pero no quería darle forma a lo que pensaba. En el camino, le avisó a dónde iba a Sebastián porque necesitaba compartir parte del miedo y la ansiedad. Le sorprendió como los mensajes del pibe lo tranquilizaron, cómo asociaba lo que sea que tenía que ver con él con sensaciones que le hacían bien. Mientras caminaba por las veredas del barrio pensó en Sebastián en otra provincia y el corazón se le hizo diminuto, al punto que se olvidó de Franco. Cómo quedaban sus días cuando el chico se fuera, cómo quedaba su teléfono libre de mensajes, libre de llamadas, cómo quedaba su patio sin la presencia de ese que le alegraba las meriendas. Cómo quedaba él.
Preparado para no verse con nadie, listo para guarecerse en los estudios, dispuesto a morirse de vergüenza cuando lo viera a Agustín por la casa porque sabía e, incluso a veces, los veía a él y a Sebastián entre demostraciones a medias. Apto para no mirar a la cara a ningún varón que supiera la verdad, su verdad. Consciente de vivir con la vergüenza. Quizás solo se animaría a charlar con Candela y con Valentina, pero con nadie más. Cuando llegó a la casa de su amigo, respiró profundo varias veces.
Lo atendió el padre de Franco. No sabía por qué siempre imaginó que si su papá hubiera llegado a envejecer se parecería a ese hombre. Quizás por lo moreno, por la barba tupida, por la voz gruesa, por los aires de rudeza, pero las formas amables. Volvió a acordarse de Juan Manuel, si quiera llegó a conocerle la primera cana, solo apenas unas arrugas de expresión cerca de los ojos.
—Tanto tiempo, mijo, ¿las novias te tienen perdido? —lo chicaneó y lo que antes hubiera compartido con gracia o exageraciones para caer bien, ahora lo recibía con risas forzadas y el recuerdo muy nítido de las veces que hacía el amor con Sebastián y en cómo él hacía el amor con Sebastián, el lado que siempre prefería —El Franquito anda en la cocina, entrá no más.
Antes se hubiera reído también de aquel diminutivo porque el joven en cuestión medía un metro noventa y un poco más. Eso lo sabía porque era más alto que su novio. Novio. Novio. Cómo lo enloquecía esa palabra. Ahora, no podía concentrarse en nada por los nervios, por los miedos.
—Hasta que apareciste, perdido —lo jodió el chico cuando se dio vuelta ya con termo y mate en mano, y se topó con Santiago que se movía como un extraño por aquella casa que lo vio pasar de la pubertad a la adolescencia.
—Mirá que, si se fue por una minita, cuántas veces les digo yo que después vuelven, porque un amigo es un amigo —insistió el hombre antes de perderse por la puerta que daba al patio y guarecerse en el arreglo de este.
Santiago volvió a recibir los chistes con monosílabos, risas torcidas y forzadas. Otra vez, tenía la sensación de quedarse sin aire como le pasó la vez que le contó a Valentina y la sensación de náuseas como con su madre en el baño. Ese malestar lo perseguía siempre que se ponía como meta encarar el tema. No lograba calmase con nada, salvo cuando se acordó de Seba en su casa tomando mates, Seba en su patio comiendo mandarinas mientras molestaba y apretujaba a Perri, Seba en su pieza cuando Liliana lo dejaba, Seba en todos sus lugares. Qué iba a hacer cuando Seba no estuviera, quién iba a calmarle las ansiedades.
Franco le contó sobre todo lo que había ocurrido mientras se distanciaron, le habló de las materias desaprobadas que le quedaron, del año sabático que pensaba tomarse, lo puso al tanto de que estaba conociendo a una chica, le habló de las amigas de esta y que varias de ellas lo conocían a él. Preguntaban por él, tenían onda con él. No podía seguirle el hilo, no le salía hilvanar ideas, pensar en otra cosa que no sea el mar de desgracias que lo perseguían desde que había nacido. Pensó en la amistad que habían tenido, pensó en el tiempo verbal pasado que usaba. Se le llenaron los ojos de lágrimas, aunque trató que no le ocurriera, carraspeó un poco para frenarle la palabrería a Franco, vio cómo este lo miró a los ojos por primera vez en lo que iba de la tarde, volvió a sentirse en el mismo precipicio que cuando estuvo a punto de recibir el primer beso en serio de Sebastián allá en su pieza.
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Detrás del odio
Storie d'amoreEn la provincia de Entre Ríos, Argentina, Santiago y Sebastián han compartido trece años de amistad en el mismo grupo, pero también una rivalidad extrema que parece inexplicable. En realidad, detrás de su constante antagonismo, ambos ocultan un sent...