Desahogo

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Claudia había llegado a casa exhausta. El día en el trabajo había sido un torbellino de reuniones, decisiones que tomar y más presión de la habitual. Cada vez que intentaba concentrarse, su mente se llenaba de frustración. Sentía que todo le pesaba, que no podía más. Quiso aguantar, pero las lágrimas comenzaron a acumularse, como una marea que no podía detener. En un impulso, se permitió llorar, liberar ese dolor y enojo que la ahogaban.

Aún no llegaban Jesús ni su hijo, por lo que se sintió sola, con la única compañía de su desbordante cansancio. Sabía que estaba agotada, pero también entendía que la frustración no solo era por el trabajo, sino por la mezcla de responsabilidades que cargaba sobre sus hombros. A veces, como madre, como mujer, como política, el peso parecía doble.

Un rato después, escuchó la puerta abrirse. Rápidamente intentó secarse las lágrimas, pero fue en vano; las marcas de su emoción ya estaban evidentes. No quería que ellos la vieran así, no quería preocuparlos. Sin embargo, fue demasiado tarde. Jesús entró al salón, y al instante sus ojos se encontraron con los de Claudia. Se detuvo en seco, al igual que el pequeño que venía en brazos de él, quien miraba a su madre con curiosidad.

El niño, con su voz suave y tierna, intentó pronunciar unas palabras que sorprendieron a Claudia.

-Mamá... tite?-

preguntó, balbuceando, como si quisiera decir "triste". Jesús miró al niño con sorpresa y luego volvió a fijar su mirada en Claudia, cuya cara reflejaba una mezcla de asombro y dolor.

Jesús rápidamente se agachó frente a ella, preocupado.

-¿Qué pasa, amor?-

preguntó con suavidad, tratando de entender lo que había sucedido. Claudia, con los ojos llenos de lágrimas, no pudo evitar que su voz se quebrara.

Sin decir una palabra, Jesús la abrazó con fuerza, como si quisiera envolverla en su protección. En ese momento, el bebé en brazos de Jesús estiró sus manitas hacia su madre. Con una sonrisa dulce y una mirada llena de inocencia, el niño también la abrazó de manera sutil, acurrucándose entre los brazos de su padre.

Claudia no pudo evitar llorar aún más, pero esta vez, ya no se sentía sola. Sus lágrimas, ahora acompañadas de sus dos amores más grandes, parecían compartir el peso de todo lo que sentía. El dolor no desapareció, pero, al menos, en ese momento, podía sentir que no lo llevaba sola.

Claudia, entre sollozos, se fue calmando poco a poco, aunque su pecho aún estaba lleno de la tensión acumulada. El abrazo de Jesús y el pequeño fueron un bálsamo para su alma, y, al sentir el calor de sus cuerpos cercanos, se dio cuenta de que no estaba sola en ese momento tan difícil. La presencia de ambos, con su amor incondicional, fue justo lo que necesitaba para encontrar algo de consuelo.

Jesús la miraba con ternura y preocupación. Con una voz suave y llena de cariño, le preguntó:
-¿Qué te pasa, mi amor? ¿Por qué estás tan triste?

Claudia, sin querer hablar de inmediato, se aferró un poco más al abrazo. No era fácil explicarle a Jesús, ni a ella misma, el cúmulo de emociones que la habían llevado hasta allí. Sin embargo, se armó de valor y, entre suspiros, respondió:
-Es todo... el trabajo, la presión... siento que no puedo más. No sé si soy suficiente, Jesús. Estoy cansada.

El bebé, con su mirada curiosa, no dejaba de observar a su mamá. Claudia, aunque sumida en su tristeza, se dio cuenta de que él también percibía su dolor. El pequeño, con una expresión seria que rara vez mostraba, levantó su manita y tocó suavemente el rostro de su madre. Su pequeña carita mostraba una extraña tristeza, como si intentara comprender lo que pasaba.

-¿Qué pasa, mi amor? -le susurró Claudia, mirando a su hijo con ojos llenos de afecto.

El bebé, con sus ojos brillando de una ternura inmensa, le dio un par de besos en el rostro, tocando suavemente su mejilla con sus labios, como si de alguna manera quisiera consolarla. Claudia, con una pequeña sonrisa, sintió que el gesto de su hijo le llegaba al corazón, y, sin pensarlo, besó la mano de su pequeño.

-Gracias, mi amor. Me haces sentir mejor -dijo Claudia, su voz un poco más tranquila, mientras su sonrisa comenzaba a ganar fuerza.

Jesús observó la escena con una mezcla de emoción y ternura. No podía evitar sonreír al ver cómo su hijo, a pesar de ser tan pequeño, ya mostraba esa capacidad de empatizar con los demás. Sin pensarlo, se acercó a ella y le acarició el rostro, secando algunas de las lágrimas que quedaban en sus mejillas.
-Sabes que no tienes que hacerlo todo sola, ¿verdad? Estoy aquí para ti, siempre. -Jesús le dijo en un susurro, sus palabras llenas de apoyo.

Claudia lo miró, sintiendo cómo el nudo en su garganta empezaba a aflojarse. El gesto de Jesús, su compañía, siempre era lo que la hacía sentir que no importaba lo difícil que fuera el camino, todo se podía superar si estaban juntos.

-Lo sé... solo me siento tan agotada a veces. Siento que no soy suficiente para todo lo que se espera de mí. Para mi trabajo, para ti, para... -Claudia hizo una pausa, mirando al pequeño- para él.

Jesús la abrazó de nuevo, apretándola contra su pecho. El bebé, viendo el gesto, dio otro pequeño beso en su rostro, como si también quisiera darle su amor. Claudia se permitió reír ligeramente, al ver el esfuerzo de su hijo por consolarla, tan inocente pero lleno de amor.

-Eres más que suficiente, Claudia -dijo Jesús, con una sonrisa cálida, que reflejaba toda la confianza que tenía en ella-. A veces es fácil olvidar que también necesitas un descanso, pero no tienes que cargar con todo el peso del mundo. No tienes que ser perfecta.

Claudia cerró los ojos un momento, dejando que esas palabras calaran hondo. A veces, las palabras de consuelo eran todo lo que necesitaba para recordar que no estaba sola. Que en su vida había quienes la querían, quienes la entendían, y quienes la apoyaban incondicionalmente.

-Te amo, Jesús -susurró ella, alzando la cabeza para mirarlo a los ojos, y vio en su mirada la misma serenidad que tanto necesitaba.

-Yo te amo más -respondió él, con una sonrisa llena de seguridad y amor.

El bebé, ajeno a las palabras que se decían, siguió abrazando a su mamá con su pequeño cuerpo, mostrándole a su manera todo el amor que tenía para darle. Claudia, entre risas y lágrimas, se sintió más conectada con ellos que nunca. Y en ese momento, rodeada por el abrazo de su esposo y su hijo, supo que todo lo que estaba atravesando valía la pena. Porque juntos, eran más fuertes que cualquier obstáculo que pudiera aparecer.

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⏰ Última actualización: 3 hours ago ⏰

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