La casa estaba envuelta en un extraño silencio, roto solo por los murmullos de la televisión en la sala y los pasos suaves de Vicky, la hija de cuatro años de Samantha. La pequeña tenía esa energía que iluminaba incluso los días más oscuros, aunque en su inocencia no entendía completamente el caos que había envuelto a su madre y a Abril en las últimas semanas.
Abril estaba sentada en el sofá, acariciando distraídamente su vientre apenas abultado. Aunque sólo tenía dos meses de embarazo, su cuerpo ya mostraba ligeros cambios, un recordatorio constante de la vida que crecía dentro de ella. Su mirada estaba fija en la ventana, pero su mente parecía estar a kilómetros de distancia.
Samantha entró a la sala cargando una taza de té. Su presencia, siempre firme y segura, se sentía diferente en casa. Aquí, lejos de la violencia y el caos, había una suavidad en ella que rara vez dejaba salir. Se acercó a Abril y le ofreció la taza, sus dedos rozando los de ella en el proceso.
—Es de manzanilla, como te gusta —dijo Samantha con una sonrisa tenue.
Abril tomó la taza, agradecida, pero no dijo nada de inmediato. Sus ojos se encontraron con los de Samantha, y en ese momento no hubo palabras necesarias. Había una conexión entre ellas que trascendía las heridas y el pasado, una promesa silenciosa de que estaban juntas en esto, por caótico que fuera.
Vicky apareció en el marco de la puerta, sosteniendo un dibujo en sus pequeñas manos. Era un torbellino de colores, con figuras que, aunque infantiles, eran claramente tres personas de la mano bajo un sol brillante.
—¡Miren! Es para ustedes —anunció con entusiasmo, corriendo hacia el sofá.
Abril tomó el dibujo y lo examinó con cuidado, una sonrisa suave curvándose en sus labios.
—¿Ese eres tú? —preguntó, señalando a la figura pequeña con coletas.
Vicky asintió, feliz.
—Sí. Y esa eres tú, Abril, con el bebé en la panza. Y mami está al lado, cuidándonos.
El corazón de Abril se encogió ante la inocencia de las palabras de Vicky. Su mirada se dirigió a Samantha, que observaba a su hija con un amor incondicional que solo había visto en contadas ocasiones.
—Es precioso, Vicky. Lo vamos a poner en el refrigerador, ¿te parece? —dijo Abril, su voz cálida.
La niña asintió, claramente orgullosa de su trabajo, y luego corrió de regreso a la sala a seguir viendo su programa. Abril observó cómo desaparecía, sus pensamientos volviendo al presente.
—Es increíble cómo lo ve todo tan simple —murmuró Abril, mirando a Samantha—. Como si realmente pudiéramos tener una vida normal.
Samantha suspiró, sentándose a su lado.
—Para ella, sí la tenemos. Es todo lo que importa. Yo... yo sé que lo que pasó no se borra, Abril. Ni para ti ni para mí. Pero por Vicky, por ese bebé... tenemos que intentar que este sea nuestro hogar. Nuestro refugio.
Abril asintió lentamente, pero sus ojos mostraban la duda que todavía sentía. La idea de quedarse quieta, de establecerse, cuando los fantasmas del pasado aún podían alcanzarlas, era aterradora. Pero al mirar a Samantha y recordar lo lejos que habían llegado juntas, sabía que tenía que intentarlo.
—Está bien —dijo finalmente—. Pero si algo va mal, si ellos regresan...
—No regresarán —interrumpió Samantha con firmeza, su tono bajo pero lleno de promesa—. No permitiré que nadie toque a nuestra familia.
El eco de sus palabras llenó la habitación, envolviendo a Abril en una mezcla de miedo y consuelo. Samantha podía ser implacable en su determinación, y aunque esa cualidad la había asustado en el pasado, ahora era lo único que le daba un poco de paz.
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black death (rivari g¡p)
Randomsamantha rivera la mafiosa más peligroso y temerario que existe. Como abelardo de la mafia rusa, todos desean ser sus aliados y muy pocos -solo los dementes- samantha lo es todo, menos una mujer acta para el matrimonio y el cuidado de una mexicana...