El auto atravesaba las calles vacías como una bala, las luces de la ciudad difuminándose en el horizonte. Mi corazón latía con un ritmo violento, acompasado por la tensión que se había apoderado de cada fibra de mi ser. Abril y Vicky estaban en manos de Guarnizo, y sabía que no había tiempo para errores. Mi mente ya no operaba con el frío cálculo que solía definirme; ahora, todo lo que podía pensar era en ellas.
Osvaldo conducía en silencio, su mirada fija en la carretera. Sabía que no me iba a decir nada que no supiera ya. Sabía que la situación era crítica, pero también sabía que en ese momento, cualquier palabra podía hacerme explotar. Lo único que importaba era llegar al almacén, encontrar a Abril y a mi hija, y destruir a cualquiera que se interpusiera en mi camino.
—Estamos cerca —dijo finalmente, rompiendo el silencio cuando nos acercábamos al lugar. El almacén era un edificio sombrío, apenas iluminado por algunas luces parpadeantes. Había hombres armados en la entrada, pero eso no era sorpresa. Guarnizo siempre se rodeaba de perros fieles, aunque, al final, no eran más que peones sacrificables.
—Déjame a esos. Tú céntrate en Vicky y Abril —dijo Osvaldo, con la voz grave pero decidida.
Asentí. Sabía que Osvaldo podía encargarse de los matones de la entrada. Mi prioridad estaba adentro. Abrí la puerta del auto antes de que se detuviera por completo, la adrenalina corriendo por mis venas como un torrente indetenible.
Corrí hacia el almacén, esquivando sombras y manteniéndome baja. Los disparos comenzaron antes de que pudiera llegar a la puerta, pero confiaba en Osvaldo. Él me cubriría las espaldas. Entré con sigilo, moviéndome a través de los pasillos fríos y mal iluminados del lugar. El silencio pesado, solo roto por algún que otro eco distante, me mantenía alerta. Sabía que Guarnizo me esperaba, y que no me lo iba a poner fácil.
De pronto, escuché una voz conocida. La voz de Guarnizo, suave, como si estuviera jugando un macabro juego.
—Abril, sabes que no tienes por qué volver con Samantha. Conmigo, estarías segura. Podrías tenerlo todo. Ella te arrastra a este mundo violento... ¿es eso lo que quieres para ti?
Mi corazón se detuvo por un segundo. Avancé más rápido, siguiendo el sonido de la voz hasta una sala grande, donde finalmente lo vi. Guarnizo estaba de pie, con esa sonrisa arrogante que siempre había odiado, una pistola descansando en su mano. A su lado, Abril, sentada en una silla, su rostro pálido pero firme. A sus pies, Vicky, mi pequeña Vicky, asustada pero fuerte. Estaba abrazada a las piernas de abril, buscando protección. Mis manos temblaron de rabia al verlas así.
—¡Samantha! —exclamó Guarnizo, girándose hacia mí como si hubiera estado esperando mi llegada—. Sabía que vendrías. Pero, dime, ¿por qué arriesgarlo todo por alguien que no te necesita?
Mi mirada se fijó en Abril, en sus ojos que buscaban los míos. La preocupación estaba ahí, pero también vi algo más. Vi resistencia. No era la primera vez que enfrentaba este tipo de situaciones, pero nunca con alguien a quien amaba tanto. Eso me hacía vulnerable. Pero también me hacía peligrosa.
—Déjalas ir, Guarnizo —le dije, mi voz llena de veneno—. Sabes que esto no tiene por qué terminar así. Sabes que no te voy a dar la oportunidad de vivir para arrepentirte.
Él rió, una carcajada siniestra que me hizo apretar los puños.
—¿Vivir para arrepentirme? —repitió, dando un paso hacia Abril, quien lo miraba con frialdad—. Samantha, no tienes idea. Abril merece algo mejor, alguien que la mantenga fuera del caos. Y Vicky... bueno, siempre puede adaptarse.
Mis músculos se tensaron. Mi pistola ya estaba apuntando, pero sabía que no podía actuar sin ponerlas en peligro. Él estaba demasiado cerca.
—Ella no te necesita, Guarnizo. Y lo sabes. Lo único que tienes que ofrecer es miedo. Yo le ofrezco algo real, algo que tú nunca entenderías. —Mis palabras eran afiladas, pero mi mente buscaba una salida, un ángulo que me permitiera tomar el control.
Abril, entonces, rompió el silencio.
—Guarnizo, no hay nada que puedas ofrecerme que no sea odio y violencia. Si crees que voy a elegir eso sobre la mujer que amo, estás más loco de lo que pensé. —Su voz era firme, sus ojos ardiendo con la misma determinación que siempre la había definido.
Guarnizo frunció el ceño y dio otro paso hacia ella, claramente irritado por sus palabras. Aproveché el momento de distracción. En un movimiento rápido, disparé hacia su mano, el sonido del disparo retumbando en la sala. La pistola cayó al suelo cuando el grito de dolor de Guarnizo resonó en el aire. Corrí hacia él, mi cuerpo en un frenesí de acción, y lo derribé antes de que pudiera reaccionar. Lo golpeé, una y otra vez, sintiendo cómo mi furia tomaba el control.
—¡Samantha, basta! —gritó Abril detrás de mí, su voz tirándome de vuelta a la realidad.
Me detuve, respirando pesadamente, mirando a Guarnizo, ahora retorciéndose en el suelo. No iba a matarlo. No así. No cuando tenía algo mucho más importante que proteger.
Me levanté y me giré hacia Abril y Vicky. Ambas estaban bien, aunque Vicky temblaba, abrazada fuertemente a su madre. Me arrodillé ante ella, envolviendo a mi hija en mis brazos.
—Te tengo, pequeña. Todo está bien. —La sentí relajarse ligeramente, pero sabía que el miedo seguía ahí.
Abril se arrodilló a mi lado, sus ojos llenos de lágrimas, pero de alivio. La abracé también, sosteniéndolas a ambas, prometiéndome que nunca más dejaría que algo como esto ocurriera.
Guarnizo había jugado su última carta, pero no tenía idea de que jamás podría arrebatarme lo que más me importaba.
Esta guerra aún no había terminado, pero hoy... hoy habíamos ganado.
El silencio que siguió al enfrentamiento era abrumador. Mientras mantenía a Abril y a Vicky entre mis brazos, el mundo alrededor parecía detenerse. Mis manos aún temblaban, no de miedo, sino de la descarga de adrenalina que mi cuerpo había soportado durante esos minutos que parecieron una eternidad.
Guarnizo yacía en el suelo, gimiendo de dolor, su arrogancia completamente destruida. Sabía que su tiempo se había acabado, y que no quedaba nada para él. Pero no podía concentrarme en eso ahora. Lo único que importaba eran las dos personas que sostenía en ese momento, las que había estado a punto de perder.
—Tenemos que irnos —dije, mi voz apenas un susurro—. Esto no ha terminado. Vendrán más.
Abril asintió, sus ojos reflejando la misma determinación que siempre había admirado en ella. Se levantó con Vicky, que aún seguía abrazada a Abril, demasiado asustada para soltarla. Su mirada se cruzó con la mía, una mezcla de alivio y preocupación.
—Sam, tenemos que terminar esto. No podemos seguir corriendo —dijo Abril en voz baja, pero con fuerza—. No si queremos estar a salvo de verdad.
Sabía que tenía razón. Había llegado el momento de poner fin a todo. Guarnizo había sido solo una pieza de un juego más grande, y aunque estaba derrotado, el peligro aún no se había desvanecido. Pero primero, necesitaba sacar a Abril y a Vicky de allí. Lo más importante era asegurarlas.
—Osvaldo está afuera. Él nos cubrirá —dije mientras ayudaba a Vicky a salir primero—. Pero tienes razón, Abril. Esto se acaba hoy.
Ella me miró, sus ojos llenos de comprensión. Sabía lo que eso significaba, lo que debía hacerse. No había marcha atrás. Había pasado demasiado tiempo protegiéndonos desde las sombras, pero ahora era hora de atacar.
Juntas, salimos del almacén hacia la fría noche.
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black death (rivari g¡p)
Acaksamantha rivera la mafiosa más peligroso y temerario que existe. Como abelardo de la mafia rusa, todos desean ser sus aliados y muy pocos -solo los dementes- samantha lo es todo, menos una mujer acta para el matrimonio y el cuidado de una mexicana...