capitulo 20

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Bruno volvió a su banco con la palmerita en la mano y se sentó junto a sus amigos, pero apenas escuchaba lo que ellos decían. Su atención estaba completamente en Sofía. La veía concentrada en sus ejercicios, con una naturalidad que lo desarmaba. Cada sonrisa suya, cada gesto, incluso la manera en que partía otra palmerita con delicadeza, le parecía perfecta.

Sentía cómo su corazón latía más rápido al mirarla. Para él, Sofía era todo: su alegría, su razón para ir al colegio cada día, el motor de sus pensamientos más sinceros. Aunque sabía que tal vez nunca se atrevería a decirle lo que sentía, en ese momento no podía imaginar su vida sin ella. Sofía, ajena a todo, seguía resolviendo los ejercicios mientras él soñaba con estar más cerca de ella.

Desde su banco, Bruno no podía evitar sonreír al ver cómo brillaba la cadenita que colgaba del cuello de Sofía. Ese pequeño objeto llevaba un significado inmenso para ambos, un símbolo de lo que compartían. Recordaba el día en que se la dio, una tarde cálida en la plaza, justo después de que Kaela les propusiera la idea.

-Si van a estar separados, deberían tener algo que les recuerde al otro -había dicho Kaela con su tono siempre directo, convencida de que era una buena manera de fortalecer su conexión.

Bruno había tardado poco en decidirse. Tenía esa cadenita guardada desde hacía tiempo, esperando el momento adecuado. Se la colocó a Sofía con manos temblorosas, mientras ella lo miraba con una mezcla de ternura y sorpresa. Desde entonces, no se la había quitado ni un solo día.

Ahora, verla con la cadenita lo llenaba de orgullo y felicidad. Era como si una parte de él siempre estuviera con ella, incluso en los momentos en los que no podían estar juntos. Mientras Sofía seguía concentrada en sus ejercicios, Bruno se prometió a sí mismo que haría todo lo posible por cuidar ese vínculo que tanto significaba para ambos.

Mientras la miraba, Bruno no podía evitar que su mente divagara hacia el recuerdo de la última noche que pasaron juntos en la residencia. Aquellos momentos de intimidad, risas y caricias bajo el agua se habían grabado en su memoria con una intensidad que lo hacía sonreír involuntariamente.

Quería que el día terminara ya, volver a la residencia, dejar atrás los ejercicios y las miradas furtivas, y sumergirse en ese refugio que compartían. Solo ellos dos, sin interrupciones, sin el ruido del mundo. Soñaba con otro baño juntos, con el calor del agua envolviéndolos, mientras el vapor llenaba la habitación y sus cuerpos se encontraban una vez más en ese espacio que era solo de ellos.

Sofía seguía distraída con sus ejercicios, ajena a los pensamientos de Bruno. Él suspiró, apoyando la cabeza en su mano, y pensó que no faltaba tanto para que pudieran estar a solas otra vez. La idea de tenerla cerca lo hacía sentir que el día valía la pena, que todo esfuerzo tenía su recompensa al final.

Bruno no podía dejar de pensar en el deseo creciente de estar cerca de Sofía, de sentir su piel bajo sus labios. El recuerdo del beso y la mordida en su cuello seguía presente en su mente, como una sensación cálida que lo invadía. Sabía que quería volver a hacerlo, pero no solo eso: quería tener ese momento solo para ellos, en un lugar privado donde pudieran estar a solas y explorar su conexión sin que nada los interrumpiera.

Cuando el recreo llegara, no pensaba perder la oportunidad. Esperaba que Sofía accediera a ir con él a un lugar apartado, donde pudieran besarse y perderse en ese instante. Había algo en la suavidad de su cuello, en la manera en que Sofía reaccionaba a sus caricias, que lo volvía loco de deseo.

Su mente ya anticipaba el encuentro, y mientras observaba a Sofía concentrada en sus ejercicios, se sentía como si el tiempo se detuviera, esperando el momento perfecto para que sus deseos se hicieran realidad.

Caminos cruzados 1Where stories live. Discover now