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Parte 1

El celo fue doloroso para Nunew, y se sintió mucho peor por la obligación de reprimir a su omega. En esa ocasión, dos terribles factores le jugaron en contra: el primero era que no consumió algún supresor que le ayudara a aligerar los dolorosos calambres en su vientre; el segundo, y peor, era que su omega se revolvía por la cercanía de Zee.

Si hubiera estado solo, quizás no habría sido tan terrible. Podría haberse hecho bolita, lloriquear y gimotear por su alfa. Sin embargo, Lian se había decidido a no dejarle sin compañía, y por lo mismo, no podía siquiera nombrar a Zee.

Kuea se la pasó preocupado por él, además. Como ya sabía que su padre se encontraba en New York, entendía mucho mejor su actuar durante el celo y trataba incluso de que Lian no se preocupara tanto. Su hijo mayor estaba algo alterado al ver que el celo se alargó más de lo normal, pues esos dos años no le duraba más de tres días. Este le duró cinco. Nunew se la pasó afiebrado, adormecido la mayor parte del tiempo y algo delirante cuando estaba despierto.

Su omega sólo podía pensar en Zee. Rememoraba su aroma, esas manos tocándolo con suavidad, sus ojos brillantes posados en él y esa hermosa sonrisa de corazón que tenía encima. A veces, incluso recordaba los dientes del alfa encima de su marca, reafirmando un hecho que fue, durante años, innegable para él: Nunew era el omega de Zee. Esa parte sensible, frágil e incluso débil de él se moría por volver a serlo. Por lo mismo, los sueños cuando dormía estaban inundados de Zee. Zee. Zee.

Para cuando el celo aminoró y despertó, ya era miércoles a mediodía. Lian no se encontraba, pues recordaba haber despertado más temprano, a las ocho, y haberlo mandado al colegio. Su hijo se quejó y alegó, pero al final no le quedó más remedio que ir cuando Kuea también intervino.

Nunew le aseguró que el celo ya estaba pasando y estaría mejor en un par de horas, y sólo con eso, el alfa se marchó.

Yeji, a su lado, también dormía. Su cachorrita no durmió con él esos días por comodidad y ahora se encontraba acurrucada, casi pegadita a su costado. Puk también estaba durmiendo en la cama y observó unos segundos al gatito, mirando el pequeño lacito que le pusieron alrededor de su cuello. Era de color naranjo.

Casi de manera automática, sin pensarlo demasiado y con su corazón apretado, agarró su móvil y buscó un contacto. Podía mensajearlo, claro, pero Nunew no quedaría satisfecho con eso.

Él necesitaba consuelo. No era sólo su omega, sino él completo quien lo necesitaba. ¿Eso lo volvía un tonto? Puede que sí.

Su celular marcó tres veces antes de que contestara.

—¿Nunew?

La voz de Zee, al otro lado de la línea, era suave y también cansado. Nunew ya podía imaginarse por qué.

—Hia.

El apodo brotó de sus labios con facilidad, tanto que casi no se dio cuenta. A él siempre le gustó mucho llamar a Zee por dulces apodos cariñosos, aunque no fuera bien visto por la sociedad tailandesa. Un omega le debía respeto a su alfa y no tratarlo con tanta confianza.

Zee no respondió al otro lado de la línea de manera inmediata. Parecía haberse quedado sorprendido tanto por su llamada como por la forma en que le habló.

—¿Tu celo se ha calmado? —preguntó Zee finalmente.

—Sí —Nunew suspiró y se acurrucó con las mantas—, fue largo. Yo... — titubeó un segundo—, gracias. Por haberme traído a casa y... y quedarte conmigo. Y por no hacer nada...

—No debes agradecerme nada —Zee habló con seriedad—, es lo que mínimo que podía hacer, Nunew. Es lo que siempre tuve que haber hecho por ti.

Otro silencio entre ellos. Nunew cerró sus ojos, pensando en la conversación que mantuvo con el alfa antes de que su celo estallara. El alfa le había confesado parte de su infancia con quien fue su madre, abriéndose por primera vez a él de una forma que nunca hizo antes.

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