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¿Cómo podía verse el mundo de una persona cuando comenzaba a derrumbarse? Zee tuvo ese pensamiento por primera vez cuando tenía trece años y la realidad de que su madre jamás iba a regresar lo golpeó.

Había experimentado ese egocentrismo infantil, esa creencia de que el mundo debía acabarse por lo que le había pasado, y fue un shock enorme el contemplar que no era así, que la vida seguía para el resto, mientras que para él, las cosas ya no eran iguales.

Volvió a tener ese pensamiento casi veinte años después, ese día en que despertó y ya no estaban ni Nunew ni sus cachorros a su lado. Ahora no existió esa idea infantil, sin embargo, volvió a pensarlo: ¿cómo enfrentaba esa dicotomía, esa separación entre su mundo destruido y el mundo donde las cosas continuaban su camino, cuando era parte de ambos?

Ahora, observando el rostro de esa mujer, de esa persona a la que llamó mamá, la pregunta volvió a brillar en su cabeza como un letrero de neón. Estaba más...

La última vez que la vio, por supuesto, fue cuando tenía trece años, por lo que al inicio no pudo reconocerla bien. Su rostro tenía más arrugas, en especial en la zona de sus ojos, y su cabello castaño tenía algunas canas por el paso del tiempo. Seguía delgada y pálida, con esos brillantes ojos oscuros observándolo con tanto desconcierto. Por el golpe inicial, cuando la vio aparecer por la puerta, creyó que no era ella, que estaba viendo un fantasma o sólo era una mujer que se parecía demasiado a ella.

Sin embargo, cuando habló, lo supo. Supo que era ella.

Nunew, a su lado, tenía una expresión de pánico, sosteniendo a una llorosa Yeji en brazos. Se veía fuera de sí, y tuvo una segunda idea vaga en su cabeza: el omega no quería que fuera a casa por...

No hubo enfado ni tristeza. Hubo nada, y eso no lo hizo sentir mejor.

La señora Liu, la jefa de Nunew, se veía muy perdida ante el silencio tenso que se había asentado entre todos. Kuea también lucía confundido, sin embargo, Zee no se sintió capaz de decir algo, porque era como si se hubiera vaciado de toda emoción.

—Debo irme —dijo entonces su madre. No, Kaew. Kaew. Ese era su nombre, así la llamaba Zee como una forma de evitar poner esa otra palabra en su boca, aunque a veces se le escapara.

Él había escuchado, muchas veces, que la palabra ‹‹madre›› era santa. Cuando ella se marchó, la maldijo y escupió en cientos de ocasiones, no obstante, eso duró hasta que Nunew tuvo a los cachorros y comprendió lo que quería decir. Sí, era una palabra santa, para las personas que realmente eran madres.

No para ella. Ella no era una madre.

Pero ese pensamiento, esa idea, pertenecía a un Zee adulto, razonable y sensato. Un Zee que no era en ese momento, con ese alfa herido, abandonado y lloroso quejándose al escuchar esas palabras. Un Zee que volvía a tener diez años.

—No —habló, y su voz fue como si hubiera soltado el aire de golpe. Quizás era así—, no, mamá, no puedes hacerme eso.

Tensión en los hombros y facciones de Kaew, a pesar de que ella se negó a verlo a los ojos. Tuvieron ese contacto inicial debido al shock, pero ahora, parecía estarlo evitando, y ahora Zee lo sintió, percibió el dolor en su corazón estrujado.

Recordaba...

Recordaba la forma en que ella evitaba tomarlo en brazos cuando lloraba, evitaba apretarlo contra él cuando la necesitaba. Y, por dios, ¿cuántas veces él la necesitaba a medida que iba creciendo? Nunca dejó de buscarla, no importaba lo que ella hiciera, porque un niño nunca deja de buscar el amor y cariño materno.

La expresión de Kaew seguía tensa y apretada. Zee, entonces, tuvo un horrible pensamiento, una horrible idea: iba a fingir demencia. Esa mujer fingiría que no lo conocía, a pesar de que segundos atrás lo había llamado por su nombre.

🐺FOUR SEASONS🐱Donde viven las historias. Descúbrelo ahora