REBECA - CAPÍTULO 34: MUERTE

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Llevaba un registro meticuloso de mis reglas, solía tener ciclos largos: de treinta días, treinta y uno o treinta y dos, como mucho, pero eso se acabó cuando empecé con las pastillas, mi cuerpo se transformó en un reloj biológico exacto de veintiocho días.

Comencé a preocuparme cuando mi ciclo alcanzó los cuarenta días. ¿Qué me estaba pasando? Joan me daba un envase de anticonceptivas por mes, la primera vez me dijo que era responsabilidad mía y solo mía tomarme las pastillas cada día a la misma hora. No me había olvidado ninguna.

Un pensamiento fugaz atravesó mi mente: ¿podría estar embarazada? Busqué en Google la efectividad de la pastilla anticonceptiva: en torno al noventa y ocho por ciento. Imposible, no iba a estar en ese dos por ciento restante.

Una semana más tarde seguía sin manchar. Volví a entrar en Google y tecleé "cuándo disminuye la eficacia de las pastillas anticonceptivas" y le di a intro, empezaron a aparecer un sinfín de motivos: no tomársela todos los días, vómitos, diarrea, cierto tipo de antibióticos...

Cuando iba al Trastero solía aceptar las pastillas que Joan me ofrecía, era la única manera en la que podía salir mentalmente de allí y no recordar nada de lo que me habían hecho cuando me mojaba la cara para despertarme. Y, a veces, vomitaba, lo sé porque Joan me obligaba a limpiarlo.

—¡Cerda, obesa! ¡Limpia tu mierda! Tienes suerte de que no te la haga tragar.

Y yo lo agradecía.

Me compré un test de embarazo, más por descartar que por que realmente pensase que podría estar albergando una vida en mi interior. Mis manos temblaron sobremanera mientras trataba de entender las instrucciones: primera orina de la mañana, dos líneas positivo, una línea negativo.

Esa noche no dormí, porque cada vez que cerraba los ojos aparecían las dos líneas bien marcadas en el test.

A las cinco de la mañana me encerré en el baño. Cinco minutos más tarde me hundí en la más oscura de las tinieblas.


Ese día no tenía "faena" y, por primera vez, me acerqué al Trastero de forma voluntaria.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Joan desconcertado.

—Estoy embarazada.

Lo dije de la misma manera que se informa al desconocido del ascensor de que al día siguiente lloverá.

—¿Qué?

—Estoy embarazada —repetí en el mismo tono.

Joan tomó aire con furia y me pegó. Primero lo hizo con la mano abierta; dio unas vueltas por el Trastero y volvió a acercarse a mí. Me tiró al suelo. Empezaron entonces las patadas, los insultos. Me pasé las yemas de los dedos por el labio, me los manché de sangre. Intenté levantarme, fue inútil.

—¡Vas a ir a abortar! ¿Me oyes, zorra de mierda? Vas a salir de aquí ahora mismo y te vas a ir directa al hospital. ¿Lo has entendido?


Nadie conoce sus límites, nadie sabe de lo que es capaz cuando se presenta una situación dolorosa, cruel, atípica en la vida... y yo tampoco lo sabía. Si me hubieran dicho hacía unos pocos meses que acabaría matando a alguien, me habría reído en su cara. Mis dedos manchados de sangre alcanzaron el trípode que descansaba de forma permanente en el centro del Trastero y, con todas las fuerzas que pude reunir, golpeé a Joan. Al principio trató de defenderse, hasta se rio de mí; pero pronto dejó de hacerlo. La ira, la rabia, los insultos, las violaciones, la comida... todo se arremolinó en mi mente y tomaron el control de mis actos. No recuerdo en qué momento conseguí ponerme en pie, pero cuando tomé conciencia de la realidad, la cabeza de Joan reposaba sobre un charco de sangre que no dejaba de hacerse más y más grande. Ni siquiera podría alcanzar a afirmar que se trataba de él, de Joan, pues tenía gran parte de sus facciones deformadas. Y me quedé allí. Me quedé esperando a que la muerte también me llevase a mí. Me había convertido en una asesina. De Joan y de la criatura que llevaba dentro.

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