GERMÁN - CAPÍTULO 33: AGENDA TELEFÓNICA

21 8 0
                                    

No dejaba de dar vueltas por su despacho. Carmen lo había echado del suyo... la ponía nerviosa.

—¿Puedes parar, por favor?

—Cuando encuentres algo.

—Mira, iré más rápido si me dejas tranquila.

Le gustaba la confianza que los años habían forjado en su relación, aunque no le gustasen las palabras que acaba de soltar aquella buena mujer.

—¿Hablas en serio?

No quería irse, quería tener información en tiempo real.

—Ve a tomarte un café o a hacer lo que te dé la gana, pero déjame tranquila con esto, Germán, por favor. En cuanto tenga algo te aviso, ¿vale?

El inspector apretó los puños y salió al pasillo donde su equipo trabajaba en ese mundo paralelo en el que se intenta proteger al ciudadano de a pie; lástima que no siempre pudiesen llegar a tiempo.


—Germán, ¿se encuentra bien?

—Sí, Clara.

Las mujeres y su sexto sentido... o quizá el que diese vueltas por el mismo pasillo una y otra vez bien podría haber dado alguna pista a todos aquellos ojeadores.

Se encerró entonces en su despacho, donde solamente él debía lidiar con su nerviosismo.

—¿Inspector?

—¡Joder, Agustín! No me des esos sustos.

—Lo... lo siento, he llamado tres veces a la puerta, empezaba a preocuparme.

El agente acercó un café a las manos de su superior.

—Es descafeinado —le informó.

—Gracias —acertó a decir.

—¿Sabemos algo ya?

El teléfono del inspector comenzó a sonar.

—Creo que sí.


Dispusieron una silla a cada flanco de Carmen.

—Esto no os va a gustar un pelo.

—Eso ya lo suponía. Empieza —pidió Germán.

—Bien... Para empezar, no sé si Rebeca tenía conocimiento de ello, pero César era uno de los voyeurs de sus vídeos.

—¿Por qué pagar para verla cuando la puedes tener delante de tus narices de forma gratuita y hacer con ella lo que te dé la gana? —preguntó Agustín contrariado.

—No soy ninguna entendida del tema, pero imagino que, en cuanto a perversión sexual o como quieras llamarlo, no hay nada escrito.

—Hay hombres que contratan los servicios de un gigoló para que se tiren a sus mujeres delante de sus narices —añadió el inspector—, así que no me parece tan extraño.

—No, no lo es, estoy contigo, pero hay más.

Germán tomó aire para sostener el tortazo que vendría a continuación.

—César no era una persona... digamos... muy inteligente.

—¿Qué quieres decir?

Hizo doble clic sobre una carpeta titulada Horas Extra.

—Entraba en la Dark Web para ver violaciones en directo, pero no le importaba dejar huella en una simple carpeta del escritorio de su ordenador.

Carmen abrió una tabla Excel con horarios, claves de acceso y el número de la tarjeta de crédito que, a priori, utilizaría para hacer los pagos correspondientes.

—Entrar en esas páginas no es barato —dijo en voz alta el inspector, más para él que para sus acompañantes.

—Correcto.

—¿Y de dónde sacaba el dinero? Su sueldo en el Carrefour no le daría ni para empezar.

Se imaginaba la respuesta, pero no quería oírla.

—Él participó en más de una ocasión en esos vídeos.

Carmen copió una de las contraseñas de la tabla Excel y la llevó a la Dark Web.

—He comparado su rostro en decenas de vídeos. Tengo actualmente ochenta y dos similitudes que se encuentran en un rango de probabilidad de entre el setenta y cinco y el noventa y cinco por cierto de que sea él. Si no somos tan exquisitos y nos conformamos con una probabilidad del sesenta por ciento, por ejemplo, tenemos cerca de doscientos vídeos en los que podría haber participado el susodicho.

El inspector tomó aire.

—Por si le sirve de consuelo, no he hallado menores.

—Gracias, Carmen.

—Todavía no he acabado —soltó para sorpresa de Germán.

—He comparado también a los tres individuos que aparecen en el vídeo de Rebeca con los que se muestran en escena con César.

—¿Y?

—Y, por supuesto, hay decenas de coincidencias.

El corazón de Germán quería salírsele del pecho.

—Ahora vamos a ponerle la guinda al pastel —continuó la informática tomando el teléfono móvil del fallecido—. Tenemos a dos hombres que responden al nombre de Martín en su agenda, pero solo uno con la letra S a modo de apellido.

El inspector se dirigía a tomar la palabra cuando Carmen lo interrumpió con un gesto de la mano.

—También tenemos a Joan S, cuyo número de teléfono se corresponde con el tipo que ya andamos buscando, pero también a José S, a Pedro S, a Manuel S...

El rostro del inspector comenzaba a tomar una luminosidad casi imposible para un rostro de naturaleza humana.

—Te quiero, Carmen.

—Lo sé y, no te preocupes, no se lo diré a tu mujer —bromeó.

GordaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora