Capítulo 37: Una batalla perdida

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Cuando una tarde antes insinuó que aquel combate era solo una forma para que todos esos aspirantes sacaran el cúmulo de testosterona que tenían, no bromeaba; y si lo hacía, esos mismos aspirantes no le demuestran lo contrario. Todos lanzando golpes a lo bestia, con la única finalidad de lastimar a su oponente que de otras formas no podrían. Aunado a eso, las rencillas creadas por años, esos combates son el mejor intensivo para concluirlas, de igual manera, lastimando al contrario hasta los huesos.

Un baño de sangre, eso son las tan anheladas luchas por las armaduras que se disputan en ese momento.

Kyoko cierra los ojos cuando escucha el crujir de un hueso. No sabe de quién ha sido, pero uno de esos aspirantes ha roto el brazo del otro, y si Aioros no hubiera detenido el combate en ese momento, está segura, no hubiera sido lo único.

Abre los ojos; dos soldados llevan al herido a cuestas, mientras que el vencedor se pavonea por su victoria. Ella suspira y reprime el impulso de voltear a cualquier otro lugar que no sea ese cubierto de sangre.

—Vamos bajando; la siguiente eres tú —dice Aioria colocando una mano en su hombro, mientras Aioros pide que los nuevos contrincantes comiencen con el nuevo duelo. Pero a pesar de que los dos santos que la acompañan, uno a cada lado de ella, y que incluso Kiki sentado dos gradas abajo de ellos se levantan para acompañarla a las orillas de aquel escenario de sangre y dolor, ella no se mueve; los nervios al fin comenzando a manifestarse.

"Solo es una estúpida exhibición".

No obstante, esas palabras suenan más falsas que el cabello rubio de Serena, la chica que hace hasta lo imposible para llamar la atención de Damiano en su escuela y en la academia de baile. No, aquello no solo es una estúpida exhibición para ver quién es el más apto para ser un santo al servicio de la diosa de la guerra, aquello es una simple autorización para que el más fuerte despedace al más débil. ¿Y si ella es la más débil de esa contienda?

Una mano se agita frente a ella y la saca de su estupor para ver como uno de los dos aspirantes que en ese momento pelean, golpea la barbilla de su adversario. El golpe logra que un diente salga volando, y Kyoko enseguida lleva una mano a su estómago, intentando reprimir las náuseas que han golpeado con fuerza a su organismo. Camus junto a ella suspira, y se inclina a su dirección, de tal manera que sus miradas se encuentran.

—Todavía estás a tiempo de retractarte si eso quieres.

Una luz se abre paso entre la oscuridad que en ese momento es su mente, y un alivio comienza a asentarse en su pecho. Sin embargo, al final de esa luz lo que la saluda es la sonrisa radiante de Ai. Sacude la cabeza y vuelve a mirar el combate frente a ella. Los golpes continúan, esta vez en el estómago. Inhala con profundidad, y de repente algo cambia. El latir de su corazón se vuelve más rápido, y el golpeteo de su propia sangre llega a sus oídos, tan fuerte que por un momento tiene el impulso de cubrirlos. Se abstiene de hacerlo; en vez de eso, se pone de pie y paso tras paso va bajando las escalinatas hasta llegar a donde Kiki y Aioria voltean a verla.

—No les des tregua —le dice Kiki con una gran sonrisa adornando su rostro.

—No habrá necesidad —responde Aioria, que con brazos cruzados regresa la mirada al combate que no tardará en concluir—. El cosmos dorado de su padre corre por sus venas. —Sonríe y regresa la mirada a Kyoko, que bajo la máscara lo mira con horror.

Hasta ese momento no había pensado en su padre, hasta ese momento su única motivación había sido salvar a su amiga, pero ahora que Aioria lo mencionaba, no puede evitar recordar la mirada de este cada que lograba lo que él le pedía. Orgullo, satisfacción, un sinfín de emociones que ella anheló ver ese día, el día que la nombraran a ella junto a Damiano como los príncipes del Standard.

Legado de sangre y oro (Libro 2 de Dorado y vampírico amor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora