『Ruina』

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El infierno es un lugar que condensa las sensaciones más desagradables de la existencia y omite las partes buenas. Donde la lluvia es ácida y los pimpollos mueren antes de florecer.

Y aquello no era real.

Ese atento caballero, vestido con ropas formales plantado frente a ella, que parecía completamente dispuesto a jurarle lealtad y devoción. Un hombre con una sonrisa perpetua y un encanto magnético. A pesar de que ya había visto debajo de la máscara más de una vez, aún buscaba aferrarse con uñas y dientes a que ella era la excepción. Tenía que serlo. ¿Sino quien?

“Nadie lo es.”

Sabía bien que su actuación era implacable, que nada movía su espíritu más que su propia grandiosidad y ambición. Por supuesto, eso había sido lo que la cautivó en un principio. Un ser humano prometedor y egoísta. Y no la mascota en la que, por tantos años, había pretendido convertirlo. Lo sabía ahora: Nunca podría tener un ápice de cariño por la dueña de su alma, era un obstáculo en su camino, un lastre que eliminar.
Dichoso aquel que fuera incapaz de sentir amor, pensó Rebecca, refiriéndose al hombre de rojo. Lastima que ella no compartiera la misma virtud. Porque incluso, siendo desde su origen parte de los avernos, aunque el polvo y cenizas de aquel pozo formaban parte de sus huesos; Aún así su corazón era capaz de sentir anhelo.

Pareció paralizarse por una fracción de segundo, y no fue hasta que sintió su boca abriéndose contra la suya que pudo reaccionar para apartarlo, usando ambas manos como barrera entre sus cuerpos.
—Aléjate de mí, Alastor. —Solo un poco de presión sobre el pecho del contrario había bastado para romper el contacto.

Una sonrisa resiliente creció, todavía a escasos centímetros de ella. Incluso después del rechazo, él parecía victorioso:—Solo tienes que pedirlo— La joven bajó la vista para observar con terror sus dedos enredados en la tela de su abrigo, sosteniéndolo contra sí misma.—...lo que sea que desees—Susurró, casi como una burla ante la contradicción de sus actos, el aliento del pelirrojo todavía alcanzaba a abrazarle los labios. Ahora Rebecca estaba enteramente convencida de que había malicia en cada uno de sus actos, el más alto sabía perfectamente lo que estaba haciendo: Tantear los límites de su abstinencia, la vulnerabilidad de su deseo. El amor que una vez ella le había profesado se mantenía intacto y Alastor solo buscaba sacar provecho de eso.

—Quiero que…—él escuchó atentamente su murmullo suplicante, teorizando que quizá por fin cedería, deseando que tal vez lo hiciera—… te vayas.— Espetó, al tomar las manos del demonio entre las suyas para alejarlas de su rostro. La mueca de felicidad perpetua en la cara de Alastor se deshizo, revelando la verdadera naturaleza de su expresión. Le costó fingir que no le afectaba verse despojado de su tacto y permiso. Y se preguntaba si esa deidad, que poseía el último retazo de su carácter humano, podría entrever la aguda decepción que su simple rechazo provocaba.
—Respuesta incorrecta, cariño.—Le puso un mechón de pelo detrás de la oreja—¿No crees en mi convicción para quedarme, hmm?

—Me importa una mierda tu convicción.—Amaba esa rabia incandescente, ese brillo voraz.

—¿Me odias a mí, u odias en lo que me convertiste?— Deseaba perturbarla, deseaba jugar con los límites de su paciencia hasta que no pudiera contener la ira que le generaba su impertinencia.
Pensó que nunca volvería a sentir algo de esa magnitud de nuevo. Que su cuerpo muerto había desalojado toda sensación, pero dolor sordo de aquel tira y afloja todavía despertaba una embriagante fascinación.

—¡Tú!—Levantó la voz, elevando su mentón con prepotencia, aunque era varios centímetros más baja y se veía como un niño haciendo un mohín.—¿¡…cómo te atreves!?

Attached | Alastor x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora