『Las consecuencias』

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Alastor era reticente al tacto, especialmente al que no era iniciado por él. Rebecca lo sabía, lo había conocido el tiempo suficiente. Aunque tratase de disimularlo, había pequeñas fisuras en su máscara que delataban su incomodidad. En vida se supo envase de una aversión especial hacia el sexo. Aborrecía a esa parte visceral de la humanidad, considerándolo un instinto primitivo, banal. El disfrute sin miramientos, sin consideración, sin segundas intenciones constituía un total despropósito a su parecer. Sin embargo al momento se hallaba allí, cediendo ante los instintos que había creído despreciar. Eso no era lo que quería con ella, pero era su propia carne respondiendo al roce ardiente lo que orquestaba aquel despliegue de reacciones de las que no podía desprenderse. Así que, se dejó hacer, soltó las riendas del control, despidiendo los últimos retazos de su buen juicio, mientras la castaña marcaba el ritmo de un vaivén suave sobre sus caderas. Ella lo percibió al sentirlo exhalar un jadeo tembloroso en la curva de su cuello, para luego morder con saña la piel de su hombro. La castaña se aferró con más fuerza, como intentando profundizar el contacto, fundirse en uno solo. Los dedos del más alto le recorrieron la espalda buscando a tientas la cremallera del vestido. El cosquilleo de los tirantes resbalando por sus brazos, fue seguido por el roce crudo de su piel contra la ropa del pelirrojo, como si de pronto se despojase de una segunda piel. Rebecca se separó lo suficiente como para permitir que sus ropas cayeran del todo y bajo de la tela, un conjunto de encaje celeste todavía mantenía presente la amenaza de un tercero. Se miraron en un silencio solo interrumpido por sus respiraciones agitadas. Alastor aprovechó esos segundos de distancia previos a la transgresión, para vislumbrar aquella obra incompleta en la que había puesto toda una vida, pensando si la desearía mañana, preguntándose si quizá al consumar el acto podría librarse de todo aquello a lo que se sentía atado. Con un ápice de esperanza y una punzada de inquietud.

Las manos de la joven descendieron por el pecho ajeno, llevándose puestos con torpeza los botones de la camisa y desabrochando cada uno hasta sentir el calor de su piel en las yemas.Ella deslizó los dedos por el esternón, ascendiendo con lentitud hasta su clavícula, dibujando un mapa invisible de su esqueleto. Sintió como el cuerpo de Alastor se arqueó en respuesta, entregándose a esa calidez de la que tanto se había privado. Y entonces una idea hizo eco en el fondo de su mente, un pensamiento que se clavó en la base de su cráneo, con un dolor sordo y penetrante como herida de arma blanca. No la detenía, pero tampoco la abandonaba:

"Esto no cambia nada."


Era simple, conciso. Irrefutable como una verdad universal. Porque, en efecto, si la carne no poseía valor profundo para él, si su instinto animal era lo único dirigiendo la acción esa noche, había una sola cosa real en aquel intercambio y era la insólita convicción con la que podía afirmar que la intimidad compartida al final del día no significaba nada.

¿Con qué objeto continuaba entonces? Se preguntó en un breve instante de claridad.

La vista se le nubló, dejando frente a ella sólo un manchón de colores cálidos que conformaba todo lo que había querido y no podría tener nunca.

—Lo siento...—las palabras escaparon de sus labios entre hipidos. Rebecca le acunó el rostro, abrazando la calidez de sus mejillas entre las palmas. La pantalla de lágrimas retenidas le impedía distinguir qué cara ponía en ese momento. Así que solo valiéndose de sus recuerdos, procuró tallar en su mente la figura de un Alastor todavía humano, con su pelo castaño y la tez acanelada, sonrisa suave y ojos dulces—No pretendía...no quería... —balbuceó. El aludido se quedó en silencio, observando como la otra se detenía, rompiendo todo lo que había orquestado hasta el momento. Solo lograba preguntarse: ¿por qué?

Hubiera sido fácil continuar; someterlo, aprovecharse. Hacerle ver qué no era más que un despojo de impurezas, al igual que el resto de los pecadores que habitaban el infierno. Pero no lo hizo, en lugar de eso lo miró con una devoción extraña que no parecía digna de ese plano. 

Attached | Alastor x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora