Las sorpresas no siempre son sorprendentes

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Hola gente impaciente, ¿cómo los trata este domingo? Bueno no voy a darles largas, acá está el nuevo. En la imagen le dejo una chica para que se hagan una idea de la descripción, ¿ok? Creo que no todos acostumbramos a ver ese tipo de piercings. 

Capítulo IX: Las sorpresas no siempre son sorprendentes

Entre las cientos de torturas que nos tiene deparada la vida, creo que despertar con el chillido de una llamada entrante, sin duda encabeza mi lista. Bueno, quizá justo debajo de la depilación con cera, pero lo malo es que esa última es una tortura necesaria. Di un rodeo todo a lo largo de mi cama tamaño King, buscando el móvil para responder o silenciarlo para el resto de su vida útil. Me costó dos manotazos al aire y como diez segundo de bucear por debajo de las mantas, para lograr sacar la cabeza por el lugar correcto. Desde pequeña tengo la mala costumbre de darme vueltas en la cama, y no me refiero a acostarme en el lado izquierdo y despertar en el derecho, sino a darme vueltas por completo. Así que si me acostaba con la cabeza sobre la almohada, era muy probable que la mañana siguiente encontrase mi trasero al aire casi incrustado en el cabezal. Soy un desastre para dormir, no lo niego.

—¿Diga?

—¡Hola, Sussy Lu!

Fruncí el ceño ante el ridículo mote, nunca comprendí por qué mi mamá se había obsesionado con llamar a todos sus hijos con nombres que comenzaran con S y L. ¿Se les ocurre un buen nombre con L para combinar Susan? Aja, justamente a eso me refiero. Nunca le perdoné o le perdonaré la canallada a mi madre, yo me había llevado la peor parte.

—Hola, Caro —mascullé, mediando un bostezo y restregándome los ojos—. ¿Qué hora es?

—No querrás saberlo —respondió mi amiga y socia de toda la vida, al instante. Ella sabía de mi problema de sábanas pegajosas, y no, asco, no me refiero a eso.

—No, no quiero, pero debo. Dispara.

—Ocho.

—Mierda —siseé entre dientes—. Espero que haya un buen motivo para esto, Caro, o veo una reducción de tu salario en el futuro.

Mi amiga rió con una verdadera carcajada, después de todo ella manejaba los salarios de todos nuestros empleados y Dios sabía que yo no me iba a meter con las finanzas. Esa no era mi área y lo admitía sin tapujos, mi educación matemática terminó conmigo aprendiendo que el dos era el que tenía forma de pato.

—Pues hay un motivo —admitió, aclarándose la garganta como para remarcar que iba a ponerse seria—. Alan estuvo aquí, buscándote.

Me incorporé de un brinco, sintiéndome repentinamente despierta.

—¿Qué? ¿Por qué? —Sacudí la cabeza ante mi estúpida pregunta, ¿ella por qué diablos lo sabría?—. Digo, ¿cuándo?

—Ayer. —Su tono por demás cortante—. Le dije que estabas de vacaciones y cuando preguntó si volverías pronto, le dije que no tenía idea y que de todos modos sería la última persona a quien le diría. ¿Hice bien?

Sonreí sin querer, al escucharla. Caro era pequeña, menuda y bastante delicada para todo, pero tenía los pantalones bien puestos en lo que refería a nuestra lealtad de amigas. Y por eso siempre supe que juntas éramos dinamita pura.

—Hiciste bien, claro.

—¿Qué le pasa a este tipo, Sussy? ¿Le han extraído la pequeña porción de cerebro que tenía? No entiendo cómo puede tener la cara para aparecerse aquí.

La historia de Alan —si alguna vez se las cuento—, es bastante complicada, larga e irritante como para abordarla tan temprano. De momento pueden conformarse con saber que él también había sido mi socio, antaño.

Lista del Padre Perfecto. (Libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora