Cal

15.9K 1.4K 369
                                    

Ok, ok, esta vez tardé un poquito más. Pero ¿vieron en qué fechas estamos? Parciales y trabajos, gente, no me dejan ni un segundo para crear la magia. Así que este capítulo lo fui escribiendo por partes, fue una magia fragmentada... pero ya estamos. Todos querían conocer más a Neil, los dejo un día acompañando al bueno de Neil. Perdón por la demora y... nada.

Capítulo XXIV: Cal

Neil

—¡Arriba, grandote! —El llamado vino acompañado de un golpe que me hizo rodar al suelo y darle un buen porrazo a mi culo. Una risa apenas disimulada llegó a mis oídos, mientras mi mente se forzaba por acomodarse en tiempo y espacio, muy a pesar de sí misma. Pestañeé, recelando frente a luz de día que me encontró medio recostado en la alfombra de mi sala.

—¿Qué mierda? —mascullé con voz ronca, enfocando a Jace del otro lado del sofá observándome con cierto aire resignado.

—Misma pregunta, te ves como la mierda —señaló, pateando mis piernas lejos de su camino para poder sentarse—. ¿Puedes explicarme qué es eso que hay en la mesa de café?

Me volví sobre mi hombro siguiendo la dirección de su mirada, para encontrarme con la bandeja plateada que Tess había dejado aún con los vestigios de nuestra diversión nocturna. Más mierda, pensé en mi fuero interno.

—Es... —susurré sin tener idea cómo termina esa frase. ¿Acaso no era obvio lo que era? No me sentía con ganas de entrar en la sesión de psicoanálisis tan temprano—. Es talco, Jace, ayer me paspé un poco.

—No te hagas el listo conmigo —advirtió mi amigo, borrando cualquier rastro de tranquilidad de su rostro. Entonces suspiró echándose hacia atrás para, creo yo, intentar recobrar la calma. Al cabo de un largo minuto, volvió a mirarme—. Ok, no es la gran cosa... sólo una pequeña recaída, ¿verdad? —Me encogí de hombros, decidiendo no contrariarlo—. Llevabas un largo tiempo limpio y es un poco triste tener que volver para atrás, pero eso no borra el esfuerzo que has estado haciendo este último tiempo.

Él era demasiado bueno y yo en verdad no lo merecía como amigo, sobre todo porque había estado mintiéndole y omitiendo mucho sobre varias cosas que antes no dudaba en contarle. Rompiendo sus reglas por el placer de hacer algo indebido.

—Lo siento —dije, tanto por haber vuelto a las viejas andanzas como también por todo lo demás. Era un gran "lo siento" donde esperaba encapsular todas mis deudas.

—No te preocupes, tú cuidas de mí y yo de ti, ¿no? Es el trato. —Se puso de pie con los ánimos renovados y volvió a patearme, para que me moviera de mi cómodo lugar en el suelo. Me encogí de hombros pasando de responder, pues hacía un tiempo que no sentía que el trato estuviese siendo reciproco—. Anda a darte una ducha, te haré un desayuno y hablaremos del asunto. ¿Te parece?

—¿Chocolate?

—¿Necesitas preguntar? —me espetó en broma, marchando a mi cocina como el dueño de la casa. Le sonreí vagamente, para luego incorporarme también y hacerle caso con el tema de la ducha. Apestaba; era extraño que un tiempo lejos del cigarrillo me hubiese vuelto tan sensible al aroma, pero apestaba a cigarrillo, whisky y sudor.

No me sentía cansado o turbado por mi abuso indiscriminado de whisky, lo bueno que tenía la cocaína era su capacidad de curar la resaca más terrible. Era por excelencia una aclaradora de mentes, elevaba al límite los sentidos y los volvía por demás receptivos a lo externo. Claro, eso no descartaba que tuviese otras consecuencias más duras luego, pero en ese momento me importaba poco o nada lo que podía o no hacerme. Porque lo que imperaba era que tuviese la mente clara, necesitaría una mente lo bastante clara y rápida como para enfrentar a Sussy. Todavía no tenía idea de qué decirle, no estaba listo para mostrarle quien era en realidad, no quería asustarla... aunque era muy posible que ya hubiese conseguido hacerlo. Ella necesitaba saber que esto no regía mi existencia, sólo era algo a lo que me había acostumbrado y a veces me costaba no retomar la relación. Pero sabía que si quería podía hacer una vida sana, lo había hecho por mucho tiempo —de acuerdo, algo intermitente—, lo había hecho luego de conocer a Jace y descubrir que había personas con verdaderos problemas en la vida, y que no decantaban por distraerse con alucinógenos. Él, dentro de su mundo del orden, había logrado aceptar y lidiar con su problema de un modo muy práctico. Así que si Jace había podido librarse de algo que estaba en él, ¿cómo yo no sería capaz de librarme de algo que yo mismo causaba? La lógica era simple; Jace cuidaba que yo fuese un buen chico y yo vigilaba que sus manías no se desataran más allá de lo aconsejable. Y entre los dos habíamos creado esa armonía que de vez en cuando, uno echaba a perder. En este caso, yo lo había hecho.

Lista del Padre Perfecto. (Libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora