Capitulo Cuarenta y dos ꗃ 28 de Enero del 2025 ꗃSAN JUAN, PUERTO RICO
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La primera vez que yo entré a un tribunal, pensé que me iba a desmayar. Hoy, volví a sentir lo mismo. El frío del aire acondicionado me raspaba los brazos y aún así tenía calor, como si el cuerpo supiera que algo grande, algo definitivo, estaba a punto de pasar.
Raquel caminaba a mi lado, toda formalita, seria, con esa forma de hablar que me da seguridad. Yo solo tenía la carpeta apretada contra el pecho, como si me protegiera de algo… o de alguien. Y ahí estaba él. Ángel. Quieto. Tenso. Con esa cara de “yo controlo” que tanto conocí… y que tanto daño nos hizo.
Pero cuando me miró, no sé… me dio una cosita rara. Como nostalgia mezclada con enojo, con ganas de llorar y de mandarlo pa' la mierda al mismo tiempo.
Nos sentamos frente a la jueza. Esa mujer empezó a leer el caso como si fuera cualquier vaina, mientras yo sentía que me estaban arrancando pedacitos de vida.
— Divorcio. Custodia del menor Bernardo de seis meses. División de bienes…— suspiró alzando la mirada del papel.
Tuve que tragar duro. Para nadie era fácil todo esto, pensaba solamente en Bernardo.
Raquel fue la primera en hablar:
—Su señoría, mi clienta ha sido la principal cuidadora del menor y busca estabilidad...
Cuando lo dijo, vi cómo Ángel tensó la mandíbula. Conocía ese gesto. Era el gesto de cuando iba a explotar. Yo desvié la mirada. No quería pelear. No más.
El abogado de él, Eliecer, habló después, todo calmadito:
—Ángel también ha estado presente. Él ama al niño. Ambos lo aman.
Y ahí fue cuando la jueza nos miró a los dos directamente.
—Quiero escucharlos a ustedes. ¿Qué buscan?
Sentí que el corazón me temblaba por dentro.
—Yo… — se me quebró la voz, sí, ¿y qué?— yo quiero tranquilidad, su señoría. Para mi hijo… y pa' mí también. Yo ya no quiero pelear más. No quiero sentirme en constante peligro y seguir por la vida como si escapara de algo o alguien.
No me atreví a mirarlo, pero lo sentí. Sentí que Ángel me miró como si eso le doliera. Y me dio rabia, porque él también tuvo culpa. Pero también sentí tristeza, porque yo lo quise… Y lo sigo queriendo muchisimo más de lo que quiero admitir.
Él habló después. Su voz sonaba cansada, como cuando uno llora sin llorar.
—Yo no quiero que mi hijo crezca sin mí… Yo sé que he sido controlador. Yo lo sé. Pero siempre he estado pa’ él. Y pa’ ella también…
Ese “pa’ ella también” me atravesó como un alfiler.