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Había iniciado la maleta, guardando una que otra prenda, porque mañana en la tarde ya nos íbamos. Me estaba quedando en casa de Celyz; Bernardo había pasado casi todo el día con Sol y con ella mientras yo descansaba.
Todo había sido un proceso… uno que había terminado hace apenas dos días. Lo pensé demasiado, le di mil vueltas a mi decisión, pero aun así me sentía aliviada.
Nunca imaginé este final. Y si alguna vez lo pensé, lo veía lejano… muy lejano.
Siento que Ángel se llevó una gran parte de mí. Fue—y sigue siendo—mi gran amor. Eso no lo voy a negar nunca. El padre de mi hijo. El amor de mi vida.
Dos toques suaves en la puerta hicieron que soltara la ropita recién doblada de Bernardo sobre la cama. Me levanté de inmediato y abrí la puerta al instante, encontrándome con Sol, mi ex cuñada, con mi bebé dormidito en sus brazos. Tenía las mejillas coloraditas y el pelo húmedo, un poco rizado por el agua. Se veía agotado, y cómo no, si se había pasado la tarde entera jugando en la mini piscina que le trajo Ángel.
—Está cansadito mi bebé… —susurré mientras lo recibía. Apenas lo acomodé en mi regazo, él se recostó en mi hombro como si llevara horas esperándome.
—Ni lo dudes —respondió Sol con una sonrisita cansada—. Estuvo metido en la piscina todo el santo día, y después se puso a jugar con los primitos. Pero ya te lo traje, no quiero que coja un resfriado.
—Gracias, de verdad —le dije mientras acariciaba la espalda tibia de mi hijo—. No sabía que tenía tanta energía hoy.
Sol se apoyó en el marco de la puerta, observándonos con cariño.
—Paula… —dijo bajito, como buscando las palabras—. Me alegra que estés descansando. Tú pasaste mucho. No cualquiera aguanta todo lo que tú aguantaste.
Me quedé callada un momento. Esas palabras, viniendo de ella, pesaban más.
—A veces siento que no aguanté tanto… solo seguí. —Suspiré—. Igual ya esto terminó. Solo quiero que Bernardo esté bien.
—Y lo está —respondió ella sin pensarlo—. Ese nene es feliz, tú se lo notas. Y Ángel… —se detuvo un segundo— Ángel también está raro, tú sabes cómo es él. Pero cuando los ve juntos… se le cambia la cara.
Mi pecho dio un pequeño tirón.
—No quiero pensar mucho en eso ahora —admití.
—Lo sé, mami. Solo… —Sol sonrió con dulzura—. Solo te digo que ustedes dos son un caso serio. Pero pase lo que pase, te lo juro, tú siempre vas a ser de esta familia.