Capítulo 7.

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- Tú, flacucho, tienes que ir con Max. – empieza por hablar Riley. – Max es mi amigo, un hombre que vende la mejor yerba y droga del mundo.

- Y tú, enana, ¿cómo sabes que vende la mejor yerba del mundo? ¿Acaso has estado de aquí para allá? – le pregunto en tono burlón.

- Que fastidioso. – me toma la cara entre sus manos y de puntillas me planta un beso en la frente.

Ese gesto hace que sonría de oreja a oreja, cada vez que se muestra cariñosa es porque, o bien está emocionada, o amaneció de buenas.

- El hombre del que te hablo, vive por el vecindario del sur -, menciona la dirección con asco – es un edificio gris destartalado. Raído.

- ¿Si es tu amigo por qué no vas tú?

- No acepta a las mujeres entrar a su casa, luego sus gatos nos manosean.

- Pretextos. – suelto un gruñido.

- Relaja la raya, ¿quieres? – otra vez empezara a hablar raro.

- Es raja, Riley – pongo los ojos en blanco -. ¿Vas a comenzar con tus palabras raras?

- Anda, mejor ya vete, corre a todo pulmón chico.

Vaya, necesitaré un diccionario para comprender las frases que se inventa al hablar.



Doy media vuelta y me dirijo al lugar seguro de mi último respiro. Riley está loca, siempre me toca hacer las tonterías por ella, en ocasiones me pregunto... espera, ¿dije en ocasiones?

¡Todo el tiempo me lo estoy preguntando! ¿cómo puedo ser amigo de esta chica?

Con una moneda que saco de mi bolsillo, toco por quinta vez el cancel despintado y sucio del lugar. Es un edificio alto, pero descuidado. Estoy a punto de irme cuando una voz ronca y estrepitosa, se hace oír por el altavoz.

- ¡Carajo! ¿¡Qué quieres, quién eres y a quién buscas!? Hijo de perra.

- Este... yo... - me aclaro la garganta -. Busco a Max.

Solo escucho gruñidos del otro lado de la bocina y quejas.

- No has contestado a las preguntas.

- Quiero comprar.... Comprar algunas cosas. Soy – ¿qué nombre inteligente me puedo inventar? – soy Adam.

Minutos después, me abre la puerta un hombre con camisa de tirantes, barrigón y con los dientes chamuscados.

Paso por un lado de él, quien escupe al suelo a mis espaldas.

- Sube, cuarto piso puerta dos.

- Sí, gracias.

Entrando al cuarto en donde esta Max, delgado, barba castaña hasta su pecho, lleno de rastas y la recamara llena de humo y dos mujeres en paños menores a su lado. Dando traspiés me acerco y tomo asiento enfrente de él, un sillón muy incomodo.

- No pareces ser amigo de la chica rubia.

- Riley. Sí, yo soy su amigo. Adam.

- Pendejo.

Frunzo el ceño.

- No hagas esas muecas niñato. ¿sabes quién soy yo? – su voz es rasposa -. Soy Max, el corta pelotas. Ten tu pedido, - me lanza dos bolsas de marihuana, y un pomo lleno de pastillas de éxtasis. – dame el dinero.

Pone su mano frente a mi cara. Con manos seguras, saco seis billetes de diez, pero no es suficiente, puesto que mueve la cabeza negativamente.

- Faltan cien dólares más. O bien, cinco dólares de veinte. – tira el porro que estaba fumando y sentándose a mi lado, toma mi entre pierna en sus asquerosas manos y dice cerca de mi oído -. Tus bolas serán mi pago. Quiero el dinero para el fin de semana.

Arrastrándome del cuello de mi playera, me saca a rastras fuera del edificio, caigo de bruces al asfalto, y escupe a mis pies.

Me levanto, sacudo mis jeans y playera, recojo los paquetes y corriendo, cruzo la calle, doy vuelta en una esquina y pongo en marcha mi auto.

Sera la última vez que hago algo así por mi maldita e inteligente amiga.

La fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora