Capítulo 21.

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- Má, Pá... tengo que contarles algo. - ¡Por favor mundo, trágame!

- Ahora no Zac, estamos ocupados con las cuentas. ¿Seguro que no dejaste entrar a Riley al bar? – pregunta mi padre.

Rodo los ojos.

- ¡Soy gay! Y estoy saliendo con alguien. – grito, frente a ellos.

Mi voz sonó tan firme e intacta que me sorprendí de mi seguridad con la que me estaba manejando. Tampoco negaré que las manos empezaron a sudarme horrores.

Papá sin embargo, se limita a mirarme, sacude la cabeza y se aproxima a mí.

- Estas muy confundido. – dice con neutralidad.

Mamá es la que pierde cualquier indicio de paciencia. Y me abofetea.

- ¡Tú no eres gay! El doctor me dijo el día que naciste que eres un hombrecito.

- No dejo de serlo, solo tengo otros gustos. – contesto, irritado.

- Amor, tranquilízate. – dice papá tomándola de los hombros.

- ¡Qué no lo escuchaste! Es un maricón. – apunta su dedo a mi cara.

Sus palabras me dolieron, como un puñal en el pecho, y una a una sus palabra, se clavaban en mi interior, dejándome triste, atónito, devastado y enfurecido por mi valentía al confesarles tan de repente mi situación.

¡Grandísimo idiota!

- ¡Es nuestro único hijo, no tienes porque tratarlo así! – mi padre estaba haciendo todo lo posible por defenderme.

Pero mi madre no lo quiere aceptar.

- ¿Desde cuándo piensas en esas pendejadas? – pregunta mi madre a la defensiva.

- Desde los diecisiete años. – contesto entre dientes. – y déjame decirte mamá, que yo no voy a cambiar, seguiré siendo el mismo muchacho marginal y responsable que ustedes criaron, pero por ahora se los quería decir, y comentarles que estoy saliendo con alguien que en verdad se preocupa por mí, y me escucha.

Mi madre pone cara de dolida tras escuchar eso. Papá se quita sus lentes y talla sus ojos con frenesí.

- No tienes nada de qué preocuparte. De ahora en adelante tendremos más tiempo para ti. – mi padre se acerca a mí y me abraza, un fuerte abrazo, de esos que sientes que nada malo va a suceder, juntando cada una de tus partes rotas.

No puedo más y me suelto a llorar a moco tendido. Berreando, soltando lamentos en mi interior, golpeándome la cabeza con fuerza sobre una pared imaginaria.

- Conmigo no cuentes para nada. – contesta mi madre con ese tono que sólo hasta ahora la había oído utilizar.


La fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora