Capítulo final.

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Entramos al parque en donde comenzó todo este rollo. Aunque estuviese lloviendo, empapándonos después de cuarenta y cinco minutos, entramos al lago, con la ropa aun puesta.

- Jarec Reed...

- Dime Zac Pearson.

- ¿Recuerdas aquellas vez que hicimos el amor, en dónde decías que me querías?

- Lo dije muchas veces, y no me cansaré de decírtelo, ni de demostrarlo.

Me acercó a él y me lleno el rostro de besos, hasta llegar a mis labios, presionándolos con pasión y deseo. Mi entrepierna empezó a crecer y me movía impaciente.

- Me obligué a no sentir nada por ti, pero no funcionó...Te quiero. – dije cerca de su boca roja y hermosa.

Sus ojos chispearon, me arrastró consigo, saliendo del agua y llevándome mojado a su carro, en la parte trasera. Lentamente nos quitamos nuestras ropas que nos obstruyen el camino a permanecer desnudos, rozando nuestra delicada piel uno con otro.

- ¿Sabes que me vuelves loco?

- ¿Sabes que ahora quiero que hagamos el amor? aquí, en tu coche. – mi voz tan lujuriosa y desafiante me sorprendió.

Asintió e hicimos el amor, me enterré en él de una manera tan sumamente ciega, el vaivén de mi cadera y mis testículos al chocar en sus glúteos es algo indescriptible. En verdad sabía de qué manera llenarme, y no hablo de lo sexual, estoy hablando de todas las sensaciones que provoca en mí, con cada embestida lo sentía tan mío, lo hicimos de una manera demandante, provocando estallidos de amor, oleadas de placer.

Apretaba sus grandiosas nalgas en torno a mis manos, le palmeé el trasero mientras me fundía en él, en ningún momento apartó sus ojos de los míos, estábamos conectados. Cada cuando cambiábamos de postura, cuales fuesen las permitidas en la parte trasera de su coche. Me incliné para besarle, gotas de sudor caía de mi frente a su pecho. Sus piernas alrededor de mi flaca cintura, lo disfrutaba a más no poder, siempre me daba lo que más necesitaba, y yo a él.

Con grandes arcadas y susurros de nuestros nombres, llegamos al clímax, con nuestra piel sudorosa y mojada nos encaminamos a su casa.

Nos demostramos ese amor que sólo las parejas verdaderamente enamoradas se tienen. Aunque sea difícil de creer. Y creamos que no existe.

Así lo pensaba yo, hasta que conocí a Jarec, quien con sus besos, abarcó cada espacio vacío y pensamientos tontos que tenía con todo aquello.



Cuando llegue a casa todos estaban dormidos, o eso creí, Lee salió de la cocina con un pequeño regalo, era mi peluche favorito de niño y Rasha con una nota del puño y letra de mamá, pidiéndome disculpas, se aproximó a mí, abrazándome y suplicando perdón.

- Tranquilízate, no pasa nada. – dije mientras acariciaba su sedoso pelo.

- Eres mi hijo, jamás debí de reaccionar así.

Esa noche los dos lloramos lo que en décadas no habíamos derramado. Nuestra relación se volvió más fuerte. Todo en el hogar mejoró para bien.


La fuerza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora