CAPÍTULO 3

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Se ha quedado dormida.

Nunca creí esto: tengo a una desconocida de diecisiete años dormida en el asiento del acompañante de mi coche. Hanah me mataría si lo supiera. O sea, me mataría igual pero con más ahínco al saber que me "fugué" con otra chica.

—Si fueras una chica... —la miro de reojo—, o sea, quiero decir, como eres una chica —rectifico— ¿qué contraseña le pondrías a tu móvil?

Sigue frita. Al parecer el repiqueteo de las gotas de lluvia sobre el coche la ha hecho dormir. Maldita lluvia, tiene ganas de caer y no parar hasta ahogarnos por lo que parece.

—Mmm... ¿uno de los chicos de tu banda favorita?

Lo intento. Creo que el nombre de ese tipo comenzaba con A, o con Z o ¿era con H? No sé cómo se llama. Genial. Debería haberla escuchado cuando me hablaba sobre ellos.

—Le gustaba el chocolate... pero eso es demasiado fácil. ¿Pintauñas? —Pruebo pero me vuelve a saltar el jodido mensajito de error—. Sí, eso ha sido muy estúpido por mi parte. Ni que yo usara "pene" como contraseña por ser tío.

Levanto la mirada intentando valorar si esa ha sido una buena idea pero termino por decidir que no.

Chasqueo la lengua. En el mismo momento un trueno se escucha y parece que acaba de romper el cielo. Elba salta y se da con la cabeza en la ventanilla.

—Dios, ¿qué... qué ha sido eso? —se toca la cabeza, sobre todo la frente, y se queja.

—Se llama trueno.

Respondo evitando no reírme. Ella me mira y se limpia el hilo de baba cuando nota que la estoy mirando con una mueca.

—¿Cuánto he dormido?

—No lo sé, tú sabrás.

Señala el móvil.

—Es que al parecer tú tienes la hora.

—Esto no es mío —lanzo el móvil de mala gana al cajón de la guantera.

—Ah —dice doblando las piernas delante de su pecho como si el móvil le diera miedo.

Verla usando la chaqueta de Hanah me hace sentir mal. Mejor dicho, me hace sentir como la mismísima mierda. Pero supongo que no quedaba otra opción.

—¿Qué te pasa ahora? ¿Te asustan los móviles?

Niega con la cabeza.

—Querías llamar a la policía, ¿verdad?

La miro con una ceja enarcada. Aunque no sabría a quién más llamar, la verdad es que no pensaba llamar a la policía. De momento solo quería saber la contraseña para desbloquear el móvil.

—Si hubiese querido llamar a la policía lo hubiera hecho. El teléfono tiene una tecla para llamadas de emergencia.

—¿Entonces no lo has hecho?

—No.

Coge aire, lo suelta y se relaja.

—Vale. Gracias, de nuevo.

Nos quedamos callados siendo espectadores de la lluvia que está cayendo delante del parabrisas.

—Cuando entré a tu coche y te ofreciste a llamar a la policía, ¿cómo se supone que lo harías si no tienes móvil?

La miro. Hasta ahora no había caído en eso. Supongo que los nervios del momento no me dejaron recordar que yo no podía llamar a la policía a no ser que usara el móvil de Hanah, que hasta ahora estaba en el maletero, o de la cabina telefónica de la gasolinera, opción que tampoco era razonable dada la situación.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora