CAPÍTULO 26

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Levanto una pielecilla que se asoma al rededor de mi uña y la arranco. No tengo nada más qué hacer mientras estoy aquí sentado esperando.

Mi cabeza me lleva hacia atrás con la ayuda de la letra de Beautiful World. Es esa canción la que me devuelve al pasado, al mismísimo instante en el que la estábamos escuchando en el coche por enésima vez.

—No me serviría toda una semana hablándote sin cesar para agradecerte tan solo un ápice de la ayuda que me has dado, Derek —me dice de repente mirando fijamente al frente.

Me río por dentro. Me tomo un rato para decir lo que he pensado.

—Nunca creí que lo llegaría a pasar tan bien gracias a la niña loca que en pocas palabras me secuestró aquel día en esa gasolinera.

La miro. Ella también. Pese a estar ambos detrás de las gafas de sol, sabemos que esas miradas quieren decir lo que quieren decir.

—¿Es hora de despedirse? —pregunto.

—Puede. Tal vez lo terminemos haciendo veinte veces más creyendo que cada una será la última.

—No me he considerado nunca un gran fan de las despedidas.

Se ríe y mira por la ventanilla.

—¿A alguien le gustan las despedidas?

—A mí no, desde luego.

—¿Prefieres no hacerlo? —me pregunta.

Me lo pienso.

—Es de esas cosas en la vida que hay que vivir, supongo —me encojo de hombros.

—Venga, hombre, ya habíamos acordado que lo haríamos —se ríe un poco—. No te rajes ahora.

—Bien, pues... —detengo el coche en un semáforo en rojo, bajo un poco las gafas hasta que queden encima de la punta de mi nariz y miro a Emma—. Ha sido un placer haber sido tu Sancho Panza.

Me sonríe.

—Eres un amor —me dice, arrugando la nariz.

—Sería mala idea hacernos llorar el uno al otro ahora —le digo, antes de colocarme las gafas de nuevo.

Reanudo el viaje y ella no añade nada más hasta después de cinco minutos, cuando me pide que pare el coche para darme un gran abrazo.

—Eres enormemente especial para mí. Me alegro muchísimo de haberme topado contigo.

Le devuelvo el abrazo y después de tomar una profunda bocanada de aire, la dejo salir antes de decirle que para mí ella también significa mucho y que no cambiaría nada de lo vivido, nada excepto ese final que nos obliga a despedirnos.

Ella toma una de mis manos con las suyas y la aprieta, luego se la lleva a una mejilla y cierra los ojos. Me susurra un gracias por todo, Derek y luego deja que le dé un beso en la frente.

—Deberíamos continuar.

Dice. Asiento. Lo hago.

El cierre de la puerta me trae de nuevo al presente. Más exactamente, a esa sala donde imagino que alguien ocupará la silla que tengo en frente al otro lado de la mesa donde ahora reposan mis manos.

—Derek Gibson. Buenas tardes.

Le miro. Camisa con las mangas remangadas, pantalones oscuros y una botella de agua entre manos. Me esperaba un fichero, nada más para hacer la escena más peliculera.

—¿Sí?

—¿Qué tal?

—Bueno, no estoy disfrutando mucho de mis vacaciones.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora