CAPÍTULO 21

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«El número que ha marcado no existe.»

Tengo un poco de miedo a que eso se oiga en cuanto marque el número. Pero aún ni siquiera lo he marcado.

Quiero pensar en que Hanah ha tenido tiempo de recuperar la línea pero, ¿y si ha cambiado de número? No me extrañaría nada.

Empiezo a presionar las teclas. Luego solo espero. Se está estableciendo la conexión y solo con escuchar el "pi, pi" el corazón se me acelera.

Se corta. La jodida línea se corta y por poco me deja sordo. Lo vuelvo a intentar.

—¿Hola?

Joder, creo que mi corazón ya no corre, ahora sencillamente se ha parado.

—Ha... ¿Hanah?

—S... ¿sí? —me imita, luego se ríe—. ¿Quién es?

Debo dejar de susurrar y hablar normal. Sé que estoy muy cagado por a esta llamada, pero debo echarle un par de huevos.

Carraspeo.

—Eh...

Un segundo. Vale, quería llamarla pero, ¿y ahora? ¿Qué le digo?

¡Que imbécil! Ni siquiera me lo había planteado.

—¿Cómo estás?

Después de que dejo caer la pregunta, un largo silencio se abre paso entre líneas.

—¿De... Derek?

—S... ¿sí? —la imito, intentando también hacer la gracia, pero ya no sale igual.

Otro largo silencio.

—¿Hola?

—Sigo aquí —suelta.

—Vale —tomo aire—, ¿cómo has estado?

—¿A ti qué te parece? —me responde a la defensiva, como era de esperar.

—Al menos no has perdido esa risa fácil tan tuya —el comentario provoca que ella trague con fuerza, la he oído.

—¿Qué quieres?

Me rasco la cabeza nerviosamente. Me asombra cantidad que no me haya cortado ya la llamada.

—Hablar contigo.

—A buenas horas se te ocurre esa brillante idea.

—Joder... —mascullo—, lo siento.

—No sé qué sientes, pero me lo he estado preguntando desde entonces.

—Si solo supieras... —susurro.

—Mi primera hipótesis fue que no sentías nada, que todo el tiempo que estuvimos juntos solo fui un pasatiempo para ti. Luego se me ocurrió que me querías, pero que te cansaste. Al final, y después de comerme tantas veces el coco, nada me sirvió para justificarte.

—Hanah... —la interrumpo.

—No tengo fuerzas para gritarte todo lo que había ensayado en la ducha, cuando me echaba a llorar y luego me enfadaba conmigo misma por echarte de menos. Pero tranquilo, ahora ya lo logro controlar.

Cierro los ojos a presión. Me la imagino llorando y luego escucho a mi madre dentro de mi cabeza diciendo que, el antídoto para no hacerle daño a nadie, es ponerse en sus zapatos primero y ver cuanto daño causaríamos.

Aunque ya sea tarde, me pongo en los suyos y siento todo lo que su corazón decepcionado la habrá hecho sufrir por mí. Lo que pasa es que aquí, en este caso, el daño ya está hecho y eso no se puede cambiar.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora