CAPÍTULO 7

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—Espera... ¿qué?

La carcajada de fingida despreocupación que deja escapar es más falsa que decir que tres más dos dan ochenta y cuatro.

—¿Qué te pasa, Derek? ¿Estás aburrido y te inventas cosas o qué?

—A ver, niña...

Levanta una mano justo delante de mi boca.

—Por favor.

—Está bien. Te llamaré Elba, pero quiero que respondas.

—¿Responder a qué?

—A la pregunta que te acabo de hacer, me estás evadiendo y no eres muy sutil en ello.

Arruga la frente como si no supiera de lo que estoy hablando y comienza a retroceder.

—Son imaginaciones tuyas.

—No, no lo son. Te he visto usando gafas de sol cada vez que has tenido que mostrar la cara.

Sus hombros parecen volverse de acero, rígidos.

—¿Qué ocultas? —doy un paso hacia ella pero ella da dos más hacia atrás.

—Derek, estoy cansada, deberías irte a tu habitación.

—Y lo haré.

—Gracias.

—Cuando me digas qué demonios está pasando ahora. Solo la gente que tiene algo que ocultar se oculta.

—Mira que filosófico nos has salido, Derek —se burla, luego comienza a reírse—. Por favor, realmente estoy muy cansada para aguantar esto.

—No me voy a ir hasta tener una respuesta.

Tapa su frente como si estuviera perdiendo la paciencia y resopla.

—Uso gafas de sol oscuras porque no me gusta el color de mis ojos, ¿estás satisfecho ahora? Bien, buenas noches.

¿Se cree que soy tonto o qué?

—Mientes.

—No, no miento. Es verdad, no me gustan mis ojos.

Aparto la mirada de ella y busco la puerta del baño, ahí debe haber un espejo. Creo que la localizo, la conduzco hacia ella y luego enciendo la luz.

—Mírate —le ordeno.

—¿Por qué?

—Porque quizás no has notado de qué color son tus ojos.

Arrastra dichos ojos hacia arriba y los entrecierra.

—Son verdes, los odio.

—Mientes.

—No, ¿por qué crees que miento?

—Porque nadie que tenga los ojos verdes puede decir que odia sus ojos.

—¿Y tú qué sabes? Por cierto, ¿de qué color son los tuyos? —Agudiza la mirada, observándome fijamente, pero regreso al salón antes de que pueda notarlo.

—No me cambies el tema.

—Ya te he dicho lo que querías saber.

—No me lo creo.

—Ese es tu problema.

Me vuelvo hacia ella, está apoyada en el marco de la puerta.

—Dime, ¿tienes algún fetiche con la gente de ojos verdes? Me ha parecido que te gustan los míos.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora