CAPÍTULO 17

91K 8.4K 6.3K
                                    

Sus calcetines tienen topos de colores. La verdad no son suyos, son de Hanah. Pero mi padre solía decir que las cosas son de quien las utiliza, así que... da igual.

Coloca los talones en el cristal, dejando las piernas en alto mientras coloca las manos sobre su estómago con la espalda descansando en el colchón.

—Me gusta cuando los hoteles son tan altos como este. Hay buenas vistas —murmura—. Te asomas por una ventana y ves a los de allí abajo tan pequeños. Supongo que es algo parecido a lo que debe sentir Dios... claro, si es que de verdad existe, ¿no crees, Derek?

Las gotas de lluvia que están empapando los enormes ventanales de la habitación me han distraído, no estoy seguro de lo último que ha dicho.

—¿Derek?

—Sí —respondo sin mirarla.

Sigue hablando, pero yo sigo en el camino que hemos hecho hasta aquí, el mismo donde no hemos parado de hablar de Hanah.

Me pregunto qué estaríamos haciendo ahora si al creador de las vidas le hubiese placido darme un rumbo alternativo a este, uno alternativo al de haberme chocado con Elba.

¿Hanah se estaría bronceando en alguna playa de aquí? ¿Estaríamos en esta misma ciudad, con chubasqueros, paseando debajo de la lluvia? ¿Qué tomaríamos para cenar hoy?

Vuelvo a mirar a Elba tumbada boca arriba en la cama, parloteando.

—Oye tú, ¿nosotros no teníamos un trato? —le salto.

Sus ojos verdes me enfocan. Me gusta cuando está sin las lentillas de color marrón.

—¿Qué?

—¿No se suponía que yo te contaba lo que tú me preguntaras de Hanah a cambio de que tú hicieras lo mismo conmigo?

Toma aire, su vientre se infla debajo de sus manos y luego lo suelta.

—Sí.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué? Hasta ahora no me has preguntado nada.

Me quedo callado. Ella tiene razón. Echo la cabeza hacia atrás en el cómodo sillón de la habitación. El sonido de la lluvia es relajante y Elba ha puesto la radio un poco baja, la música no es de mi estilo pero es buena. Todo eso junto crea el ambiente más relajado que he tenido en mucho tiempo.

—¿Por qué te fuiste? ¿Por qué dejaste todo ese mundo ricachón para... para volverte alguien que viste ropa prestada y que va de aquí para allá sin el más mínimo derroche de lujos? —Le pregunto, mirando el techo—. No lo entiendo por más que intento. ¿Y sabes?, me encantaría saber la verdad a la primera por una vez.

Le echo una mirada de advertencia pero sus ojos están atentos al cristal chorreante de allí afuera.

—Directo al grano —murmura.

—¿Significa mucho para ti responder a esa pregunta?

No dice nada.

Cuando la vuelvo a mirar de reojo está jugueteando con sus dedos.

Así pasamos por lo menos cinco minutos. Entre la música baja de la radio, el repiqueteo de la lluvia en el cristal, nuestras respiraciones y ambas miradas enfocadas en un punto diferente de la habitación.

—Una vez te dije que hacía mucho tiempo Bill James entró a una juguetería a por una muñeca defectuosa, rota y enfermiza —se queda unos segundos callada—, te mentí.

Me muerdo el labio inferior para no soltar ni una sola de mis tonterías y decido no mirarla para no ponerla más nerviosa. Quiero que siga en esta línea, quiero que siga hablando. Si me ha mentido más veces, quiero que me lo diga ahora.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora