CAPÍTULO 18

73.2K 7.8K 1.5K
                                    

El canal de televisión que está sonando de fondo tiene un periodista con un acento muy marcado. Me reiría si hubiera ganas para hacerlo, pero no hay.

«Así que se trata de su corazón...»

Sí. Se trata de su corazón.

«Que situación tan jodida.»

Lo es. Es una situación de mierda.

—¿Quieres otro café? No podrás dormir después...

Levanto la vista, aparto las manos que tenía entrelazadas delante de mi boca y empujo la taza hacia el lado de la barra donde está la camarera. Es una chica de tal vez unos treinta y pocos. Antes he visto un niño pequeño en su fondo de pantalla cuando ha sacado el móvil para revisar la hora.

—Tienes un niño muy... bonito —le dije, en su momento. Más bien, tengo que reconocerlo, se me escapó de los labios prácticamente.

Esa noche no quería hablar con nadie. Y menos ser simpático o amable.

Como no me contradijo quedó por hecho que sí se trataba de su hijo. Ella me miró con ojos orgullosos.

—Gracias. Se llama Elliot, tiene veintiocho meses, o sea, quiero decir, dos años y cuatro meses —agacha la cabeza y sonríe—. Es un trasto.

Me dio un asentimiento cordial al guardar el móvil y se fue.

Ahora, al volver a verla rellenando el café de mi taza, me pregunto cómo de destrozada quedaría al enfrentarse ante la situación de que su hijo ha desaparecido y, después de un tiempo, aceptar el terrible hecho de que no puede seguir vivo.

—¿No tienes sueño?

—No, no puedo dormir.

—¿No preferirías tomar un té relajante?

Lleno mis pulmones de aire recostándome sobre el espaldar de la silla y niego con la cabeza.

—No, gracias.

—Bien. Avísame si cambias de opinión.

Asiento y ella se aleja para cobrar a otro señor en el lado opuesto.

Por más que pruebo a meterme en la piel de Elba, no puedo. Es una encrucijada tan asfixiante que por más que intento encontrar un punto intermedio, donde lo malo esté bien y lo bien no se vuelva malo, no puedo dar con él.

Quiero decir..., aceptar el corazón es lo que debería hacer, pero, ¿eso sería lo correcto? Según ella no y a mí me cuesta aceptar que pueda llegar a ser un acto moralmente correcto. Sin embargo, si no lo acepta, morirá, y eso, de todos los puntos que quieras mirarlo, es una elección todavía peor. O tal vez eso solo lo crea yo.

Entiendo un poco sus razones pero no puedo aceptarlas. No acaba de entrar en mí que su opción sea morir.

¿Qué pasará con el corazón de ese niño? ¿Con los corazones rotos de su familia? ¿Acaso no considera mejor vivir por él? Aunque..., claro, él no hubiese muerto si su padre no lo hubiese mandado a matar. Ahora mismo él seguiría vivo y... ¡Joder! ¡Esto me supera!

—¿Qué haría yo? —susurro.

Cierro los ojos y clavo la frente en el borde de la barra.

Sinceramente, no lo sé.

Me vuelvo a enderezar, sin dejar de resoplar, atraigo la taza y le doy un sorbo.

—El senador está como loco por no saber nada de su hija —comenta ella—, pobre hombre.

Me mira con lástima buscando en mí una respuesta parecida. Supongo. Pero no puedo darla sabiendo la verdad.

—Dicen por ahí que si existe un Dios, a cada uno le hará pagar por sus pecados —comento, insensible, bebiendo mi café.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora