CAPÍTULO 27

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Visto una camisa blanca con las mangas remangadas, unos pantalones negros y mis botas. Siempre fieles. Podría ponerme las zapatillas que traje en la maleta, porque la otra opción serían las chanclas de playa, pero no. Me siento muy cómodo con las botas.

No exteriorizo lo nervioso que estoy por dentro y por eso dentro de mi cabeza hablo de cualquier tema para mantenerme a flote. De mis botas y de lo cómodas que son, por ejemplo.

Mirando ventanal abajo, puedo admirar la altura a la que se encuentra mi habitación.

Las ansias provocan que meta mis manos en los bolsillos de mi pantalón para no despellejarme las manos tirando de pielecillas. Esta espera se está haciendo enormemente angustiante.

Pasan casi dos cuartos más hasta que pican a la puerta de mi habitación. Contesto un "adelante" y el chico que me había avisado de que hoy tendría visita me avisa de que ya puedo acompañarle. Salgo de la habitación apretando los puños sin ejercer fuerza y le sigo.

—Estamos yendo al despacho del director del hotel —me explica—. El director del hotel se lo ha ofrecido al senador para que se pudiera reunir allí con usted.

Cuando llegamos me abre la puerta y cuando ya he entrado, la cierra detrás de mí. En el plano aparecen dos personas. La madre y el padre de Emma.

Me quedo asombrado por el parecido que comparten ella y su madre. Son idénticas, salvo por el corte de pelo y lo cansada y angustiada que es la mirada de esta señora. Nada más verme suelta un gran suspiro, como si no hubiera estado respirando todo el rato que ha esperado a que llegara. Podría decir que lo mismo me ha pasado a mí.

Hace amago de tomarme de las manos pero se echa hacia atrás, sin atreverse.

—Hola —me dice con el último aliento. Sí, como si acabara de correr una maratón.

—Hola, soy Derek Gibson.

Ella sonríe con los labios cerrados y se le enjuagan los ojos por las lágrimas.

—Un placer, Derek.

Dice el hombre que ha quedado en un segundo plano. Tiene una mano metida en el bolsillo de su pantalón y la otra en puño contra la madera del escritorio. Su cuerpo no está relajado del todo como intenta hacer ver. Él también guarda mucho parecido con Emma.

Antes de que los dos podamos decir nada más, la señora habla.

—Muchísimas gracias, de verdad. Muchísimas gracias —es después de eso cuando se atreve a cogerme las manos para apretarlas y sonreírme con lágrimas en los ojos.

Yo doy un asentimiento.

—No tendré suficiente con esta vida para estarte agradecida, hijo —continúa.

Antes de que yo pueda responder, su marido se acerca a ella para tomarla de los hombros y apartarla de mí.

—Margaret, tranquila.

Margaret James, como la región de Margaret River, pienso.

¿Quién me diría a mí que esa señora en tejanos y camisa blanca con los ojos más tristes del mundo sería la misma que se veía posando al lado de su hija en las fotos de Google, prestigiosa, tan imponente como bella?

Ella entiende que debe mantener la compostura, como si a mí eso me importara, como si no fuera normal verla devastada habiendo pasado lo que ha pasado. Respira hondo y se aparta para establecer un cauteloso metro de distancia.

—Soy Bill James, padre de Emma —me este dice ofreciéndome su mano.

De repente, en nanosegundos, veo la película de él que su hija se encargó de construir en mi subconsciente, recuerdo cada cosa que me ha dicho y la notoria adoración por él que desprendían todos sus poros.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora