CAPÍTULO 19

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No tengo ni jodida idea de qué es eso que tengo delante de las narices.

Tengo la boca medio abierta, el ceño arrugado y los ojos entornados, pero no, no funciona. Entonces, imito a Elba. Tal vez ladear el cuello sirva.

—¿Cómo dices que se llama esto? —le pregunto.

—Arte moderno —balbucea ella.

—¿Y ya le has encontrado la forma?

Tuerce el gesto un poco frustrada. Obliga a su cuello a adoptar otra posición y lo sigue mirando.

—No. Pero es... algo original.

—¿Lanzar ropa vieja y rota encima de ruedas sucias donde, por alguna razón, sobresalen barras de hierro lo llamáis algo original aquí? Donde yo vivo se lo conoce por desorden.

Elba se endereza y me lanza una mirada fastidiada por encima de la montura de sus gafas de sol.

—¿Qué?

—Nada —gruñe—. No sabes apreciar el arte sin meterte con él. No sabes disfrutar de nada sin meterte con ello.

Me encojo de hombros.

—¿Tengo que disculparme por eso?

Menea una mano en el aire, restándole importancia y caminando hacia al cuadro que le sigue. Este tiene más sentido. Tiene un montón de color, como si le hubiesen apaleado con la brocha, pero al contemplarlo te das cuenta de que las diferentes tonalidades de verde forman la figura de una mujer recostada en un árbol, con un libro en la cara.

—¿Te has dado cuenta de que el guardia te observó fijamente cuando entraste?

—Sí —asiente—, pero era porque llevaba las gafas de sol puestas. Cuando me las quité lo dejó estar.

—¿Estás segura de que no te reconoció?

—Llevo el pelo mucho más corto que antes, de color negro y los ojos marrones. Aparte, si te diste cuenta, utilicé un poco tu acento. No creo que me reconociera en absoluto, Derek.

—Noté lo del acento —sonrío de lado—. Tan solo te pediré que no me hagas avergonzarme de él.

Toma las gafas de sol por la esquina de la montura y las baja hasta que sus ojos me miran, desafiantes.

—¿Cómo dices? Soy muy buena imitando acentos.

—De acuerdo, no he dicho nada.

Rueda los ojos antes de arrastrar las gafas hasta el puente de su nariz. Se cruza de brazos sosteniendo el chubasquero con ellos y contempla el cuadro.

—¿Tienes favorito hasta ahora? —le suelto, dejando caer la pregunta.

Se muerde el labio superior y señala el cuadro con un movimiento de cabeza.

—Tal vez la chica del árbol.

—¿Quién pinta un árbol de color lila? —me burlo, mirando la obra al igual que ella.

—Pues la gente que mira el mundo de otro color.

—¿Los daltónicos?

Deja escapar una cortísima carcajada de entre sus labios y luego niega con la cabeza.

—No, supongo que los inconformistas con el mundo. No les gusta lo que ven, así que pintan otras cosas.

La miro. Lanzo mi chubasquero a mi hombro izquierdo y meto ambas manos en los bolsillos de mis vaqueros.

—Que ellos pinten las cosas de otro color no hará que nada cambie.

—Tal vez, pero nos regalan una visión diferente, algo así como una ventana por la que mirar cuando no puedes más en tu mundo. Ya sabes, como con los libros o la música. Esas pequeñas maravillas que saben a gloria.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora