CAPÍTULO 20

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La chica está buscando un rollo de papel para ponerle a la máquina de los tickets. No podemos salir del aparcamiento si no nos lo da. A menos, claro, que queramos dejar el coche de Emma abandonado aquí.

—Listo, tengan buena compra.

—Gracias —le responde Elba, tomando el comprobante de que tenemos el coche en el aparcamiento de ese centro comercial—. A ver —se dirige a mí—, ¿sabes lo que quieres comprar?

Asiento, poniéndome las gafas de sol sobre la cabeza. Lleva un moño hecho con un palo que ha encontrado en el suelo y que ha lavado en una fuente. No entiendo qué diferencia hay entre ese palo y un boli, pero ella asegura que ese palito sirve exclusivamente para hacer esa clase de nudos en el pelo. A mí no me deja de parecer un recurso primitivo.

—Necesito volver a parecer un niño de 20 años.

—Los niños no tienen 20 años, Derek —dice, mirándome con una ceja enarcada.

Con un dedo frota rápidamente mi barbilla.

—Además ni siquiera pinchas, no exageres.

—Es cosa de hombres, tú no te metas.

—¿Hombres? Tan solo tienes 23 años, creo que tu cerebro está en proceso de fabricación todavía.

Me muerdo la lengua para no responderle y alargo una pierna en dirección a sus pies, esto provoca que ella tropiece y pierda el equilibrio. Por suerte para ella, no se cae.

—¿Ves? Necesitas madurar —gruñe.

—No voy a discutir eso contigo.

Las puertas corredoras se abren automáticamente cuando nos acercamos. Elba se pone sus gafas –no las de sol, no. Son otras que la ayudan a fingir que necesita gafas para ver bien–, y desdobla una lista que ha ido haciendo mientras yo conducía hasta aquí.

Es otra ciudad, otro hotel, otra habitación, otra gente, otros lugares que visitaremos, otras actividades que haremos como si con todo eso pudiésemos evadir lo importante: que Emma está enferma y que el asunto es serio.

Alcanzo unas maquinillas de afeitar desechables y las arrojo al carro. Ella va leyendo su lista.

—He pensado que podríamos hacer unos sándwiches nosotros mismos —sugiere.

—Está bien.

Se acerca a una estantería con el carrito y toma una caja de cereales –que parecen estar asquerosos– en la que pone en grandes letras amarillas: PROMOCION 2X1.

Al verla me recuerda a mi madre. Siempre apuntaba lo que le hacía falta y acababa comprando más de lo que necesitaba.

—No creo que necesitemos esos cereales.

—No.

Los deja de nuevo en su sitio y sigue de largo, no antes de echar una última mirada hacia atrás.

—¿Qué pasa?

—Uhm, nada... —cabizbaja confiesa—: eran los cereales que mi padre me servía todos los sábados por la mañana cuando era pequeña. Luego alcanzó sus metas y se olvidó de los rituales que había establecido conmigo —se encoge de hombros—. No es algo que le pueda reprochar, el haber logrado sus sueños, pero sí que haya abandonado al hombre que solía ser. Él era alguien honesto y fiel consigo mismo y con las promesas que hacía.

Continúa empujando el carro hacia delante. He sido yo el que lo ha sacado de la fila de carros, pero ella me lo ha arrebatado de las manos. Ahora entiendo que posiblemente lo ha hecho para ir distraída con algo y con su lista.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora