CAPÍTULO 28

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14 de febrero.

No debe ser agradable pasar el día de San Valentín en una camilla del hospital, pienso, mientras subo por el ascensor.

Aiden me ha traído hasta aquí en un coche negro muy cómodo, ha sido la primera vez en mucho tiempo que he ido sentado en la parte de atrás, observando las calles al pasar y no con las manos encima del volante. El chico, que siempre va trajeado, me ha ido informando de los consejos y las opiniones de los médicos, también me ha dicho que Emma ha recibido muchas visitas y que la prensa ha estado vigilante a las puertas del hospital desde que ingresó. Por suerte, no han notado nada cuando hemos pasado con el coche en frente de ellos, aunque Aiden me avisa de que es cuestión de tiempo que me reconozcan como el chico con el que Emma pasó los cuatro días anteriores a su regreso a casa.

Cuando llego a la planta en cuestión, Aiden me guía a través del pasillo hasta la habitación 13. No entra conmigo pero me deja indicado que es lo que tengo que hacer para que él me vaya a recoger en cuanto quiera irme. Se lo agradezco.

—¿Se puede? —pregunto, asomándome por la puerta entreabierta.

—Claro —me dice Margaret—. Pasa.

Hoy luce un pantalón rosa pálido ancho que le llega hasta los tobillos y de nuevo, una camisa blanca por dentro que tiene las mangas remangadas.

La saludo. Ella se acerca a mí para darme un tierno apretón de manos, lo da tomando una de mis manos y apretándola levemente con sus dos manos.

—¿Qué tal estás? —me pregunta.

—Yo bien, ¿y ella?

Me indica que siga adelante. Tomo con dos manos la rosa que llevo y me quedo asombrado por la cantidad de ramos que hay en esa habitación. Entre tantas flores, ahí está ella, sentada con las piernas cruzadas con un libro abierto entre las manos. Nada más verme, lo cierra y me estira los brazos.

—Veo que te has vuelto vaga —bromeo, antes de acercarme.

Ella se ríe.

Nos damos un abrazo que debe ser breve pero que no llega a serlo del todo.

—Te he echado de menos —me susurra antes de separarme.

—Yo también —le digo, también en voz baja cuando la miro.

—Bueno —carraspea—, que alegría volver a verte —me dice, en voz alta, para que su madre nos escuche.

—No tenía nada más que hacer... y dije, voy a visitar a Emma.

Ambos nos reímos.

—Ah, por cierto, esto es para ti —le digo, extendiéndole el brazo con la rosa.

—Ohhh —corea ella—, gracias.

—Tienes cientos... pero... —me rasco la nuca, mirando todos los ramos.

Hay por el suelo, encima de algunas sillas, hay uno grande en un sillón y dos en una mesita cerca de la camilla. Todos son rosas blancas y rosas.

—Bueno, no tenía ninguna roja —me dice, oliéndola—. Me imagino que debe ser porque es San Valentín.

Sonríe, moviendo sus cejas de manera insinuadora.

—Mira mamá —la llama, ella está detrás, apoyada en la pared, mirándonos—, me ha salido un admirador.

Margaret sonríe desde el segundo plano que ha adoptado.

—Uno muy guapo.

Ooh.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora