CAPÍTULO 5

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El coche es suyo. En parte estaría mal montarme en él ahora mismo, dar la vuelta y conducir de nuevo hacia la gasolinera sin mirar atrás. No voy a negarlo, me siento tentado hacerlo, pero hay una odiosa parte de mí que no me deja. En ocasiones el remordimiento es letal, y eso que no he hecho nada, pero ya lo siento como una voz recriminatoria en mi cabeza repitiéndose como un disco rayado. Lo que resulta irónico, ya que también estoy siendo bombardeado por la culpabilidad que siento al haber abandonado a Hanah.

Estoy jodido.

Por eso mismo debo hacer las cosas bien. Esperaré a que se duerma, volveremos a esa gasolinera, haré algo para arreglar el enorme error que cometí dejando a Hanah allí tirada y dejaré a la tal Elba con su todoterreno fuera de mi vida.

El cielo truena, se enciende y luego vuelve a oscurecerse, todo en menos de cinco segundos, lo que avisa de que de nuevo va a caer otro diluvio. Estoy un poco hasta las pelotas de este jodido tiempo.

La lluvia comienza a caer con fuerza y refunfuñando abro la puerta del coche para esperar allí adentro. Al cabo de cinco minutos veo a Elba corriendo por la calle, abre la puerta y lanza dos bolsas de papel marrón al interior junto con sus gafas oscuras. Luego me estira los brazos pasándome dos vasos desechables y se mete en el coche, chorreando como si acabara de salir de la ducha.

—Por Dios, esto no es normal. Que mal tiempo hace —se queja.

Yo tengo muchas más quejas y no todas son del tiempo.

—Espero que no seas vegetariano —añade, usando lo primero que ha encontrado para secarse el pelo, lo que resulta ser la chaqueta de Hanah— es de ternera.

—Lo que me sorprende es que tú no lo seas.

Me mira con la boca entreabierta y estudia mi cara antes de dejar salir un poco de aire de entre sus labios.

—¿Qué ocurre? ¿El tiempo te pone de mal humor?

Tú me pones de mal humor.

Qué cojones, ¿por qué solo lo digo por dentro?

—Tú me pones de mal humor.

Se muerde el labio y cierra los ojos.

—Vale, quizá tengas hambre.

—No. Quizá no. Mi humor se debe a que nunca debiste subirte en mi coche y arruinarme las jodidas vacaciones de este modo.

—Ya estamos con tu amado jodido.

Resopla como si la indignada fuera ella o tuviera derecho a estarlo.

Recoge una bolsa y me la tiende.

—Ten, come, se te calmarán los diablos.

Empujo la bolsa levemente.

—Los diablos se me calmarán cuando te tenga lejos —murmuro.

—Hay dos cosas que ponen de mal humor a un tío: que su equipo favorito pierda y el hambre. Puedes remediar lo segundo.

Me vuelve a tender la bolsa.

—No sabes nada de tíos —me burlo, empujando la bolsa de nuevo.

No va mal encaminada pero, pff, somos algo más que deportes y comida. También están... está... ¡ese no es el tema, ¿vale?!

—Sé lo que me hace falta saber.

Vuelve a mover la bolsa en mi dirección y yo la vuelvo a apartar. Así dos veces más.

—Espera, ¿esto se debe a que estás a dieta? —Sus ojos verdes bajan por mi mandíbula y siguen bajando por mi cuello hasta el final de mi camiseta.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora