CAPÍTULO 31

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Gracias al cielo, el sábado pasó en un abrir y cerrar de ojos. Bueno, sería más correcto decir que el sábado pasó en un abrir y cerrar de libro, porque eso fue lo que pasó, que empecé y terminé un libro, una novela policiaca sin desperdicio alguno. No salí del hotel en todo el día salvo un ratito en la madrugada para dar un corto paseo por la playa. Luego, cuando volví al hotel me duché, sí, sí, en plena madrugada y me quedé frito nada más tocar la cama.

Aunque no creía que fuera así, necesitaba un día como ese. Un día solo (más solo de lo que suelo estar habitualmente), un poco desconectado del mundo que existe fuera de esa habitación y sin tener que luchar en la calle por poder dar un paso sin llevarme a periodistas por delante. Pude centrarme en un libro y acabar absorto por este, cosa que no pasaba desde hacía mucho tiempo.

También hubo un momento donde la melancolía me devoró a mí. Me enseñó a echar de menos mi casa cual niño pequeño en su primer día de clase y cuando creía que estaba ganándole la batalla, el teléfono sonó con el número de ella. Mi madre había aprendido a comunicarse por llamadas en línea muy fácilmente así que la tenía ahí, en mi oreja habla que te habla y yo más feliz que nunca. Mi padre también se puso al teléfono, cosa poco frecuente pero cierta. Él estaba mucho menos preocupado por mí que mi madre, pero confesó que echaba en falta que llegara a casa para dejarle la nevera vacía y sin birras. Dijo algo sobre que moviera el culo, que mi madre estaba todo el día echándome de menos pero como lo dijo susurrando para que ella no le oyera, no le entendí muy bien.

Abrí y revisé mi maleta un par de veces, preguntándome si ya había llegado el momento de volver a meterlo todo y coger un avión con destino a Londres. Se acercaba la fecha para regresar, los billetes que Hanah había dejado en mi poder al irse tenían la fecha de vuelta programada para el 1 de marzo. Me senté en la cama y miré las paredes. Pensé en Emma y en lo mucho que quería ver como se recuperaba del todo, pero también fui consciente del tiempo que podría llevar eso.

—¿Y si me voy pero luego vuelvo otro tiempo? —me pregunté a mí mismo en voz alta—. Claro, podría hacer eso. Con un poco menos de dinero pero me las podría apañar.

Me expliqué a mí mismo como si tuviera que hablar en voz alta para oírme.

Después de ese bache emocional, para llamarlo de alguna forma, retomé el libro y no lo solté hasta que lo terminé. Era el caso de un asesino en serie muy difícil de resolver, y es que el asesino no había sido solo uno. Que los protagonistas lograran resolver el caso por fin, me dejó buen sabor de boca, cosa que hizo que me sintiera mejor, al menos más calmado y no tan... ansioso.

Ese sábado no tomé ninguna decisión definitiva, tan solo se me ocurrió que podría ser buena idea irme y regresar luego. El domingo por la mañana le pedí a Aiden que me llevara a algún lugar para comprar cosas que pudiera llevarme de recuerdo, con la excusa de "por si acaso, ya lo tengo. Voy quitándome cosas de encima."

—¿Te gustan los imanes de nevera? —pregunta él revisando algunos.

—No importa lo que me guste a mí, tiene que gustarle a mi madre —le digo mirando gorras.

—¿Y a ella qué le gusta?

—Todo.

Él me mira con las cejas arqueadas.

—Entonces esto debería ser fácil. ¿O no? —pregunta, dudoso.

—Pero no le voy a llevar todo, Aiden. Debo escoger qué me parece a mí que le haría más ilusión.

—Ah... —asiente lentamente—. Pues yo diría que un imán de nevera es algo que siempre hay que llevarle a la gente cuando vuelves de un viaje.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora