CAPÍTULO 12

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—¿Es que acaso parecemos pareja? —le pregunta Elba, bastante indignada a la recepcionista, señalándonos a ambos con un pulgar.

—Perdo...

—Ni perdone ni moscas, hemos esperado más de media hora en la jodida cola para que ahora nos diga que solo tienen una sola habitación disponible.

Resopla y se cruza de brazos sobre la mesa de recepción.

No me creo que me vaya a tocar a mí ser el que calme las aguas. ¿Yo? ¿En serio? ¿Yo?

—Lo sentimos, pero estamos llenos.

—Elba —la llamo tocando uno de sus hombros.

—Shh —me detiene y retrocede para susurrarme algo—, hemos esperado muchísimo, si presionamos un poco más esto nos sale gratis.

Mi boca se abre y ella vuelve a dar un paso al frente para seguir reclamando a la pobre recepcionista por hacernos esperar tanto.

No le digo nada mientras subimos a la habitación –que resulta ser casi la más grande y la del penúltimo piso–, pero ella no para de reírse sola.

—¿De qué te ríes? —le pregunto algo interesado.

—¿Viste su cara? Anda, choca esos cinco —dice levantando una mano—, oh, espera, todo lo hice yo. Yo me chocaré los cinco a mí misma.

Y después de esto hace chocar sus palmas en el aire.

Me río.

—A veces pareces un poco loca.

—No debo ser la única de este ascensor —replica.

—¿Sabes que dijiste "jodida cola"?

—¿Qué?

—Antes, cuando estabas chillándole como una posesa a la recepcionista, te referiste a la cola de espera como "jodida cola".

Abre su boca y me mira.

—¡No! ¿En serio?

Asiento.

—Ajá.

—Madre mía, ¡me lo has pegado! Ahora estoy condenada a no parar de repetirlo ni durmiendo.

—Serás... —murmuro mientras ella le sonríe a la pared del ascensor.

Las puertas se abren y ambos salimos. La verdad la habitación es enorme, si yo fuera Elba me carcomería un poco la conciencia por haber freído a la pobre chica de esa forma.

Espera, yo soy el violento de los dos. Debería haber sido yo el que montara tremendo lío ahí abajo, no ella.

—Derek... una pregunta —me dice desde alguna parte, cuando la encuentro está con el mando a distancia de la enorme tele que tiene en frente pegada a la pared—, ¿ese no era tu coche?

Miro la pantalla. No me creo que esa gamberrada sea digna de salir en las noticias, pero ahí está.

—Eh... sí.

Me mira con la boca abierta.

—¿Lo quemaste?

—Me temo que eso es lo que parece, ¿no? —bromeo, ella abre aún más la boca.

—¿Por qué?

—¿Por qué el qué?

—¿Por qué lo hiciste sin mí? ¿Acaso no te dije que esa era una de las cosas que quería hacer antes de morir?

Me encojo de hombros.

—Si te lo hubiese dicho y hubieses venido conmigo, te hubiese dejado ahí dentro y te habría incendiado a ti también.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora