CAPÍTULO 24

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Cuando abro la puerta sobre las diez de la mañana, Elba está sentada en el sofá con las piernas flexionadas delante del pecho. Me mira y yo con un gesto de cejas, le pregunto por qué no sigue en la cama.

—¿Ha pasado algo?

Me niega con la cabeza.

—¿Estás bien? ¿El tal Oliver sigue aquí?

—Sí estoy bien y no, se fue en la madrugada.

Asiento lentamente y me acerco para pasarle el café que le he comprado y la bolsita de papel donde hay un par de magdalenas.

—Y... ¿qué tal la noche? ¿Muy activa? —le pregunto cuando ya me he quitado las botas con la ayuda de los talones y me he lanzado en el sofá.

Ella sonríe con la boca llena, ya le ha dado un sorbo al café.

—No seas tonto —me dice después de tragar— Y gracias.

Me dice alzando el café.

—¿Disfrutó mucho de tu buen aliento el camarero?

Suelta una carcajada rápida y luego le da un mordisco a una magdalena.

—Oliver fue muy agradable, me lo pasé muy bien —dice y vuelve a beber un sorbo de café—. Hoy quiero ir al cine contigo, ¿te apetece?

Levanto una ceja dejando ver mi sorpresa.

—¿No me vas a contar nada, pillina?

Niega con la cabeza y me mira. Nos mantenemos la mirada durante un minuto entero.

—Ayer entré... y a alguien se le había caído la camiseta de los hombros. Creo que era la suya.

Le digo mientras le enseño las palmas y me encojo de hombros, dejando claro que yo nada sé de esa camiseta. Asiente.

—Se la manché sin querer.

—¿Y la dejó en el suelo para que se lavara sola?

—¡No! Le di una camiseta mía —se ríe.

Arrugo muchísimo la frente antes de carcajearme.

—Venga ya, ¿cómo que le diste una camiseta tuya?

—Sí, una de las que me compré para dormir, de esas anchas. Se cambió en la habitación. Fue divertido.

—Ya —le sonrío con intención de que capte mi doble sentido—, sobre todo lo de quitarse la ropa.

Con un codo intenta darme pero no me alcanza. Nos reímos y me pide que me calle.

—Deja de comportarte así.

—¿Así cómo?

—Como si yo hubiera hecho algo de lo que te imaginas.

—¿Y qué es lo que me imagino?

—Siendo tú, de todo menos lo que pasó en realidad.

—¿Y qué pasó en realidad?

—¡Derek, para! Nada, no pasó nada. Lo pasamos muy bien y subimos aquí porque le manché la camiseta, nada más.

—Uhm, claro —le digo poniéndome en pie—, y yo nací ayer.

Sigue comiendo para no responderme, pero cuando me sigo metiendo con ella, se acaba la magdalena y me lanza el envoltorio.

—Cállate ya, no seas pesado. No pasó nada.

—Lo que tú digas. Si llegó a pasar algo, nunca lo sabremos —le digo caminando hacia la habitación enseñando las palmas en son de paz.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora