CAPÍTULO 29

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Pasé la noche siendo consciente de que fuera del hotel había un pequeño grupo de periodistas. Mi habitación, por suerte, se encuentra en una de las plantas más altas. Por lo que me dijo un trabajador, sobre la madrugada se fueron. Al parecer querían verificar si yo me hospedaba ahí, pero no pudieron confirmarlo.

En ese instante, me encuentro de pie, con los brazos cruzados mirando fijamente la pantalla de la tele de mi habitación. Tengo que confesarlo, estoy sorprendido.

La noticia ya cubre todas las primeras planas de los periódicos y varios canales han abierto el noticiero con ese titular: Bill James dimite.

Son apenas las ocho menos cuarto de la mañana y el país entero debe estar sacándose las legañas de los ojos para verificar si lo que ven, oyen y leen es cierto. Bill James ha dimitido.

Cinco minutos después Aiden golpea mi puerta con sus nudillos.

—El coche está listo, cuando quiera.

—Genial, gracias Aiden.

Me pongo mi reloj y verifico una vez más que la hora coincide con la que aparece en la tele. Sí, es la misma. Apago el televisor y dejo la habitación siguiendo a Aiden. Bill James, el padre de Emma y el mismo que hoy protagoniza las últimas noticias, me ha citado a primera hora de la mañana.

¿Nervioso? Que va. Algo peor. Cagado.

Relaciono todo esto con lo que me dijo ayer Emma antes de irme del hospital, que le contaría todo. Pero la incertidumbre de saber a ciencia cierta lo que pasó me hace tragar con dificultad. Aiden me ha llevado un café bien cargado pero aún así no logro despertar a la parte de mi cerebro que se encarga del valor. Debe ser por lo mal que descansé pensando en lo que se me venía encima ahora que la prensa sabía de mí. Eso había llegado a opacar mis nervios por cómo reaccionaría el padre de Emma cuando su hija le contara todo.

Aiden se mete en un aparcamiento subterráneo después de haber tenido que sortear a un buen grupo de periodistas con el coche y luego me guía hasta un ascensor que me llevará hasta el despacho del señor James. Ambos caminamos por un pasillo hasta una puerta doble de madera y él me abre la puerta, me indica que pase y se despide con un "hasta luego".

Ese hasta luego de alguna manera me reconforta. Quiere decir que luego nos veremos, que no saldré de allí con los pies por delante y encerrado en un ataúd.

—Buenos días, Derek. Adelante, toma asiento —me indica su voz, habiéndome dedicado una mirada rápida ya que tiene papeleo delante.

Yo intento caminar con seguridad pero lo juro, caminar con seguridad en el despacho de alguien importante de un país extranjero nunca ha sido uno de mis fuertes. Cuando llego a su escritorio le tiendo una mano. Él la corresponde y entonces respiro.

—Buenos días —digo y él asiente.

—Siéntate por favor.

Lo hago. Él aparta todo lo que tenía entre manos y apoya los codos en su escritorio.

—Iré al grano —¡Gracias porque volvía a contener la respiración!, digo por dentro—. Mi hija me lo ha contado todo.

Me mira detenidamente, esperando algo de mí. No sabría decir el qué exactamente. Miedo tengo de preguntar.

—Todo...

—Todo, Derek. Todo —dice, cubriéndose la frente con una mano—. Tranquilo, no te he hecho llamar para nada malo. Simplemente quería... hablar.

Desde mi sitio, con mucha incredulidad, miro alrededor. Estoy esperando que me digan que es una cámara oculta y que en realidad voy a pasarme veinte años en una de las cárceles de este país.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora