CAPÍTULO 23

68.2K 5.4K 3.6K
                                    

Habremos hecho unas seis paradas en estas cuatro horas que llevamos en el coche. El movimiento es bueno para ambos, las carreteras parecen ser nuestra terapia. No lo digo únicamente por el torbellino de emociones encontradas que estamos viviendo desde que supimos que Jeremyah estaba vivo, sino por todo, por todo lo que hemos vivido desde el momento cero.

Pese a que Emma está muy ensimismada y no habla casi nada, puedo notar como su cuerpo ya no está tan tenso y nervioso como al empezar el viaje.

Finalmente, llegamos a la ciudad más grande y poblada del país, y podría atreverme a decir a mi preferida. Emma la señaló en el mapa y ahora aquí estamos.

—¿Te puedo confesar algo? —le pregunto mientras conduzco por las calles hasta llegar a la zona hostelera del centro.

—Claro —dice muy bajito.

—Hace ya algunas semanas que en mi cabeza te llamo Emma también. Digo también porque nunca te he dejado de llamar Elba.

Le doy un repaso rápido y me asiente con una sonrisa disimulada.

—Lo sé, alguna vez me has llamado Emma.

—¿Te molesta?

Niega con la cabeza y luego susurra un no.

—Oye... ¿puedo...?

—No, no puedes hacer nada. Pero gracias.

Aprovechando que está el semáforo en rojo, la miro.

—Me encantaría hacerte sentir mejor, decirte que todo va a ir bien a partir de ahora. Me encantaría llevarte de nuevo con tus padres...

—Derek —me detiene tocando mi rodilla derecha—, no quiero. No hace falta. Tengo la cabeza hecha un lío ahora mismo y no sé cómo sentirme, qué pensar o qué hacer. Pero tengo claro que aún no estoy preparada para reaparecer en mi antigua vida así de sopetón.

Asiento y le dejo saber que lo que decida, estará bien.

—Es jodido —suelta.

—Mucho, Elba barra Emma, mucho.

Se le escucha el inicio de una risilla pero no termina de serlo.

—Y pensar que... un niño inocente llamado Jeremyah hubiera muerto si yo no me hubiera escapado y me hubiera montado en tu coche.

Se tapa la cara y luego suspira pesadamente.

—Pero... voy a morir.

Se escucha un sollozo ahogado.

El semáforo se ha puesto en verde y yo tengo que conducir porque hay coches detrás. Pero eso no evita que sienta como mi corazón se acaba de desgarrar. Ella tiene la cara entre sus manos y llora, está llorando porque es consciente de que se va a morir por culpa de una enfermedad que le ha robado la vida.

Trago saliva varias veces hasta que no puedo controlar el ardor que me producen las lágrimas retenidas en mis ojos. Pero no lloro. Me controlo, respiro y me repongo. Ahora mismo tengo que ser un hombro en el cual ella encuentre apoyo, no lo contrario.

—Lo repito: no sé qué pensar, no sé qué hacer.

Veo de soslayo como se seca la cara con las manos y la escucho aclararse la voz.

—Tómate un descanso de pensar —le sugiero—. Esto es muy duro para que puedas con todo ahora mismo.

—Derek —dice después de varios minutos—, estoy feliz porque Jeremyah esté vivo.

—Lo sé, yo también.

—Nunca había sentido tanto alivio como ahora, sin embargo... es duro. Es muy duro. Ahora no siento que tenga justificada mi muerte, no siento que merezca morir.

En las botas de DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora