23. Muerte.

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Fue su error, su maldito error lo que hizo que todo eso pasara. Si no se hubiera descuidado, si hubiera usado más la cabeza.

Miró con cierto terror como el cuerpo de Susan permanecía quieta, inconsciente, como si careciera de vida pero aún siendo sujetado por aquellos látigos que salían de los dedos de aquel ser al que odiaba.

—Maldito infeliz —siseó con ira sin querer aceptar que parte de la culpa de lo que había sucedido era de él. Era su error, pero lamentablemente Susan tendría que pagar las consecuencias de sus actos.

—¿Por qué me maldices Marcos? Si fuiste tú el que disparó —tras soltar una risa digna de un maniaco como lo era Raimundo, Marcos simplemente no lo soportó más, ahora Susan estaba en una bomba de tiempo. Faltaba poco para que el ataque que había realizado surtiera efecto y no se daría el lujo de perder a Susan por su propio error.

—Eres un infeliz. —musitó Marcos mirando a su alrededor, no podía perderla ¡No podía! Pero viéndolo por donde fuera, no tenía forma de arrebatar a la ahora inmóvil Susan de las garras de Raimundo.

Fue entonces que su suplica fue escuchada de una u otra forma. Raimundo había dejado caer a Susan al suelo, escuchándose apenas un golpe sordo que sin duda sería doloroso para cualquier humano pero Susan aún así no despertó.

—Que dem... —No terminó su oración. Pudo mirar como Raimundo ahora observaba con una gran ira a Jared, quien con una burlona sonrisa se limpiaba las uñas ahora manchadas de carmín.

Exactamente, había sido él quien aprovechando el descuido de Raimundo, cortó aquellos látigos que hacían de dedos de Raimundo.

—¡Traidor!

—Eso me dicen muy seguido —respondió Jared de forma burlona, ya no le temía a aquel ser que solamente utilizaba a las personas que mas amaba de los demás para poder manipularlos.

Él no tenía ninguna persona que Raimundo pudiera utilizar, ya que a final de cuentas

La persona que él amaba ya había muerto por sus propias manos hacía mucho tiempo atrás.

—Jared... pagarás caro por tu traición —dijo Raimundo con cierto dolor, a final de cuentas aquellos látigos que ahora habían sido cortados eran como sus dedos, y simplemente ahora tenía una mano inútil. Estiró su mano diestra hacia Jared. Intentó escapar al saltar y así evadirlo, pero fue imposible, fue sostenido por tres de estos látigos, mientras que los otros dos parecían afilarse formándose a dos largas cuchillas.

—Te dije que te arrepentirías. —maliciosamente Raimundo miraba ahora con ojos sanguinarios al cuerpo de Jared que luchaba por liberarse.

Para su mala suerte, Raimundo era el único vampiro que sabía cómo acabar con su existencia.

—¡Marcos! ¡Ayúdame! –gritó Jared sintiendo sus ojos ligeramente vidriosos. Aunque no lo admitiera, le temía a la muerte, y él iba a morir pero, sabía que lo hacía por un bien.

Por fin no se dejaría manipular por Raimundo, por fin dejaría de ser una marioneta.

Marcos no pudo hacer nada, vio como aquellas dos filosas garras que se habían estado formando mientras que los otros tres látigos sostenían a Jared ahora atravesaban de forma dolorosa y sin dudar el pecho de Jared, dando directamente a una zona especifica del corazón.

Para un humano eso era una muerte inmediata, pero para un vampiro como Jared, era el comienzo de su muerte.

Un fuerte grito resonó por toda la cueva, pero Marcos no se quedaría solamente a observar como asesinaban a Jared. Era hora de darle la muerte a Raimundo.

El Laberinto del VampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora