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Julian se despertó con tal sobresalto, que todas sus cosas se cayeron al suelo

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Julian se despertó con tal sobresalto, que todas sus cosas se cayeron al suelo. Había estado trabajando sin parar todo el fin de semana y la noche anterior se quedó dormido en el restirador, por lo que aquel despertar tan salvaje hizo que casi se cayera al suelo. El estrépito que hicieron sus estilógrafos al golpear el piso le provocaron escalofríos. Además, había reglas, papel arruinado y un bote de tinta que se abrió, manchando la loseta.

—¡Mierda! —exclamó tratando de ignorar el golpeteo en la puerta, el cual sonaba más alto de lo que la etiqueta del visitante marcaba, en un ritmo iracundo y sin tregua. Julian no solía recibir gente a esa hora, pero no pensó mucho en ello, se concentró en correr al baño para conseguir algo de papel y quitar la mancha.

Las manos le quedaron llenas de tinta, pero no le dio tiempo de lavarlas porque el golpeteo en la puerta lo estaba volviendo loco.

—¡Ya voy! —gritó exasperado, pero los golpes no pararon, así que tomó el papel que estaba utilizando para limpiar el suelo, lo tiró en el bote de basura y se dispuso a atender.

Apurado, bajó dando pisotones hasta llegar al primer piso y cruzó dos pequeñas habitaciones, esperando poder deshacerse de la persona que había arruinado su despertar a punta de escándalos. Casi tenía su discurso listo e iba con los pulmones llenos para evitar las pausas al hablar, cuando el aire se le atoró en el pecho al abrir la puerta, donde encontró a la persona que menos esperaba ver.

Julian apretó los labios, era Romeo, Romeo Cortez.

No se trataba de un desconocido, en lo absoluto, era ese chico que conoció en el pueblo donde vivía su familia, ese con quien peleaba todo el tiempo. Era el mismo que apareció en la ciudad a la que se había mudado para ir a la universidad y también era la persona que ocupaba el ochenta por ciento de sus pensamientos diarios. El resto estaban repartidos entre sus materias, el trabajo de medio tiempo que trataba de ocultarles a sus padres y su jodido abuelo.

Julian tardó un par de segundos en conseguir que las palabras se animaran a salir de su garganta, pero una vez que lo hizo, estas llegaron acompañadas de una ira que llevaba años cocinándose dentro de su pecho. Era un sentimiento difícil de controlar, que oscilaba entre el desprecio y algo más a lo que no deseaba ponerle un nombre.

—¿Qué diablos haces aquí? —preguntó frunciendo el ceño.

Romeo le miraba enfadado, apestando a alcohol y con el rostro pálido. Julian lo conocía lo suficiente como para saber que algo había pasado, pero no estaba de humor para aguantar las estupideces del chico Cortez.

—¿No te parece que te falta algo en la casa? —dijo Romeo asomándose en el interior, sin preocuparse por pedir permiso. El tipo traía la ropa mal puesta, el cabello despeinado en una mata de incontrolables rizos color chocolate y los ojos verdes afilados, amenazadores.

—¿Que te importa? Es mi maldita casa —siseo Julian en repuesta, adoptando una postura tensa, mientras enseñaba ligeramente los dientes. La respuesta le salió de manera natural, no solía pensar demasiado en los desplantes que le daba a Romeo Cortez, se había transformado en algo instintivo.

Romeo y Julian (LCDVR #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora