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La ceremonia religiosa fue, por muy cliché que sonase, una de las cosas más hermosas que había tenido el gusto de presenciar en su vida

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La ceremonia religiosa fue, por muy cliché que sonase, una de las cosas más hermosas que había tenido el gusto de presenciar en su vida.

Juliana estaba hecha una reina francesa, si la hubiera conocido, seguramente María Antonieta se habría puesto muy celosa de ella.

Él había pensado que asistiría a la típica misa aburrida que lo noquearía durante los primeros cinco minutos, sin embargo, debido al momento que estaba viviendo todo fue diferente. Quizás era porque era su gemela la que estaba recitando los votos o porque fue él quien se encargó de entregarla en el altar, pero había sido una experiencia inolvidable. Entre una de las tantas cosas que jamás iba a olvidar de ese día, era la mirada que Romeo le dirigió desde su lugar como padrino, mientras Romero y Juliana se reunían en la iglesia.

Julian había pensado que en cualquier momento uno de los dos iba a detener la ceremonia y a decirle a los novios que estaban precipitándose, que era una locura, pero luego se dio cuenta que proyectaba sus propios sentimientos en la pareja, pues lo que más deseaban Romero y Juliana era estar casados y formar una vida juntos.

Por su parte Romeo pensó que después de ver a esos dos en el altar iba a ponerse sentimental y a perder todas las esperanzas de ser tan feliz como lo estaban siendo ellos, pero no fue así. Aquello aumentó la determinación que tenía para declararse una vez más a Julian e intentar convencerle de que lo suyo tenía futuro.

En su corazón, aun brillaba una pequeña luz de esperanza que le decía que todo terminaría saliendo a pedir de boca.

Cuando la ceremonia en la pequeña iglesia se acabó y los asistentes salieron al patio para dirigirse al salón de fiestas, Julian se quedó un momento atontado en la entrada.

—¡Julian! —Le llamó Marina, su hermana pequeña—. ¡Julian! —La chica tenía una enorme sonrisa en el rostro y había ocupado un lugar junto a las damas de honor—. No fui yo quien le dijo a mamá, no le digas a papá lo de su figura o Zeppelin saldrá por las patas de la casa —exclamaba lo más bajo que podía. Julian la miró y no pudo evitar soltar una carcajada.

Las preocupaciones de la chica parecían tan pequeñas, pero si te ponías a pensar, el pobre Zeppelin estaba en una situación mucho más peliaguda que él, porque su papá llevaba tiempo queriendo regalarlo. Al menos eso era lo que decía.

—No te preocupes Marina, en realidad la soplona fue tu hermana —contestó, todavía ligeramente ofendido.

—¿Juliana? —Preguntó sin entender que estaba pasando, pues ella sabía que todo había iniciado cuando su padre la encontró hablando por teléfono—. ¡Oh! ¡Sí! ¡Juliana! Voy a tener que hablar con ella muy seriamente —dijo caminando a paso firme y escapando de las culpas tan rápido como pudo. "Todo es por el bien de Zeppelin" pensó, dejando que el asunto se enterrara el mayor tiempo posible.

Ladeando el rostro, Julian observó a Marina marcharse mientras su perro la seguía de cerca. El pobre había sido obligado a moverse de lugar muchas veces en unas pocas horas y seguramente lo habían obligaron a viajar en la caja transportadora que tanto odiaba, así que debía estar hecho polvo, sin embargo, el perro seguía mostrando la mejor actitud ante la adversidad. Algo debía aprenderle al animal.

Romeo y Julian (LCDVR #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora