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—Tu cara no ha cambiado mucho desde que éramos niños —dijo

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—Tu cara no ha cambiado mucho desde que éramos niños —dijo. Su sonrisa era del tipo que mostraba una fila de diez dientes muy bonitos, o a los menos tan bonitos cómo podían ser los dientes. Romeo no estaba seguro de que fuese el caso de la mayoría, pero a él le gustaban ese tipo de sonrisas, sin embargo, bajo aquél contexto, se sintió un poco incómodo.

—No sé de qué estás hablando —espetó, frunciendo el ceño y girándose para no mirarlo. No quería hablar con nadie en ese momento. El tiempo estaba pasando mientras permanecía encerrado en aquella celda y a cada minuto sentía que tanto su hermano como la posibilidad de salir airoso de la aventura, desaparecían en el horizonte.

—¿Cómo has estado? ¡A pasado un tiempo! Casi ni me acordaba de tu rostro —espetó, poniéndose cómodo en su banco.

—¿De qué estás hablando? —preguntó mirándole mientras intentaba borrar la expresión de su rostro, no quería que se le notara lo confundido que estaba.

—Pues de todos estos años que llevamos sin vernos —el chico se revolvió el cabello con una mueca coqueta que le salió tan natural que a Romeo le dieron nauseas.

—¿Quién demonios eres? —espetó Romeo, cortando la charla de golpe. Hacía mucho frío dentro de la celda, quizás porque la luz del sol no parecía entrar y la sombra invitaba a que el clima fuera más o menos placentero, o al menos mejor que el de afuera.

—El amor de tu vida —inquirió el muchacho riéndose. Romeo se giró hacia la pared.

—¡Julian! —el grito se le escapó en una nota más alta de lo normal.

Al otro lado, en la celda contigua, se encontraba Julian quien se crispó como un gato arisco ante el llamado. Llevaba casi una hora escuchando la molesta voz que insistía en incordiar a Romeo y encima, se estaba comiendo la cabeza, pensando en cómo iban a salir de ahí. No quería que se hiciera de noche, su plan sólo incluía viajar mientras el sol estuviera en lo alto, porque de otra manera resultaba demasiado peligroso en aquellas carreteras. Se preguntó por un momento si Juliana se atrevería a hacerlo o su buen juicio se pondría por encima de la personalidad desenfrenada de Romero.

—Déjame en paz, estoy pensando —Se quejó, para luego mirarse las uñas, decidiendo si mordérselas o no—. Recuérdalo, es un mal hábito —masculló para sí mismo. Le daba igual que lo escucharan, las sentencias le ayudaban a controlar la ansiedad que le producía el hecho de que las situaciones se salieran de su control.

—¿Acaso no recuerdas mi guapo rostro? Las personas que lo ven, nunca lo olvidan, soy el chico de ensueño —comentó con tanta seguridad que ambos se quedaron sin habla.

Romeo soltó una exclamación de desagrado, como si se estuviese revolviendo en su lugar.

Julian resopló, llevándose las manos a la boca para arrancarse las uñas a mordidas.

Romeo y Julian (LCDVR #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora