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Te quiero

Romeo abrió los ojos y lo primero que vio fue el rostro de Julian a su lado, durmiendo plácidamente en la almohada contigua. Su corazón dio un salto y por un momento pensó que estaba soñando. Embobado, observó sin miedo a ser descubierto, aquellos rizos color otoño, las pestañas tupidas y labios llenos. Luego negó con la cabeza, tratando de desviar la mirada, pero le fue imposible, no quiso hacerlo.

Tragó duro.

Julian traía puesta una camiseta blanca, de algodón, muy sencilla y unos pantaloncillos cortos del mismo color.

Rayos.

Apretando los puños, intentó pensar en los hechos del día anterior, pero su cerebro tuvo un corto circuito ¿Que estaba pasando? ¿Por qué se encontraba en la cama con Julian? ¿En qué momento llegó ahí?

Como si hubiese escuchado sus pensamientos, el susodicho se removió en su sitio, parecía a punto de despertarse, sin embargo, al final no abrió los ojos, se quedó quietecito y con aquella expresión pacífica que casi nunca portaba cuando estaba consiente. Hasta parecía una persona razonable.

Pero no, se trataba de Julian.

—Mierda... —murmuró removiéndose en su lugar, para después levantar la vista al techo. La mañana era brillante, debían ser alrededor de las siete y la luz se filtraba por las ventanas, las cuales estaban cubiertas por unas finas cortinas semi-transparentes. La sensación de amplitud, frescura y comodidad lo inundaba todo, quizás era por el blanco de las paredes, o por la suavidad de las sabanas, pero no le daban ganas de levantarse. Aun así, tenía que hacerlo.

Quizás lo habría hecho mucho más rápido de no ser porque sus pensamientos se distraían con la imagen del cuello descubierto de Julian, que parecía exponerse de la manera más apetecible posible.

—Qué rayos. —Se dijo a sí mismo, intentando ordenar sus pensamientos, que, en un momento dado, trajeron de vuelta a su mente los recuerdos que su cerebro adormilado había tardado en enviarle.

Cuando llegaron a Villa Rueda estaba hechos un desastre. El recepcionista les habló acerca del retraso de sus hermanos por culpa de un festival y de los planes de boda, de modo que ellos decidieron esperar a que la pareja llegara para hacerse cargo de la situación.

Y para eso tuvieron que rentar la única cabaña que la temporada de alza dejó libre. Luego de eso, Romeo se había ido a desayunar al restaurante del lugar, se pidió un jugo de naranja y huevos con tocino, el desayuno americano. Pasó un rato vagando sin rumbo, hasta que se dio cuenta de que estaba en un sitio hermoso del que no podía disfrutar porque moría de cansancio, de modo que tomó sus llaves, se dio un buen baño, se puso la ropa de dormir y se recostó en la cama para echar una cabezada.

Después de eso, solo tenía un par de imágenes difusas en su mente. Dentro de su ensoñación, sintió el colchón hundiéndose a su lado, pero no abrió los ojos para ver lo que estaba pasando. No quiso hacerlo, e incluso si hubiera querido, las energías no le hubiesen dado para hacer nada más.

Romeo y Julian (LCDVR #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora