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Resulta que al final no tenían que pelear por la cama, porque cuando llegaron al hotel estaban tan hechos polvo que nadie supo donde cayó

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Resulta que al final no tenían que pelear por la cama, porque cuando llegaron al hotel estaban tan hechos polvo que nadie supo donde cayó. Romeo se había tumbado cerca de las maletas, las cuales utilizó para apoyar la cabeza y Julian cayó a su lado, usando la espalda de Romeo como almohada. Giordano acabó en la cama, aunque sus pies colgaban y el colchón era tan incómodo que en la madrugada tomó su almohada y se acomodó en el suelo.

A la mañana siguiente, los tres se despertaron tan descansados que sintieron que llevaban un mes durmiendo, hubiese sido una mañana muy relajante de no ser porque ya no era de mañana.

—¡Mierda! —exclamó Julian entrando en el baño para darse una ducha, mientras los otros dos metían y sacaban cosas de sus maletas.

—¡Son las tres de la tarde! —gritó Romeo, tratando de encajar el cepillo de dientes en uno de los bolsillos de su mochila y sacando una toalla de la misma. Ni las peores prisas le dejarían salir del hotel apestando a cerveza, tabaco y sudor y sabiendo que, si tenían suerte, tendrían que llevar a Giordano con su tío esa misma noche.

Cuando por fin pudieron plantarse en recepción para pagar la cuenta, el encargado les miró con aire aburrido y les hizo la lista de gastos. Romeo se encargó del asunto mientras los otros se metían en el auto con las cosas que habían bajado.

—¿Qué es esto que me estas cobrando? —preguntó señalando un cargo extra en la lista de horas.

—Aquel no me ha devuelto la sombrilla. —Se quejó, señalando a Julian con un movimiento de la cabeza. Romeo volteó hacia el susodicho y este solo se encogió de hombros. La verdad es que luego de la juerga del día anterior no sabía dónde diablos había quedado.

—¡Mierda! —repitió por enésima vez en el día, pagó la cuenta con la tarjeta de crédito y se dirigió al auto. Si las cosas seguían así, se quedarían sin blanca antes de llegar a su destino y Romeo tendría que sacar dinero de la cuenta de ahorros para el viaje a parís. Sus padres habían estado depositando una buena cantidad para cualquier imprevisto que el muchacho pudiera tener en el extranjero, ellos ganaban buena plata gracias a la empresa, pero él no estaba metido en los negocios y gastar dinero en frivolidades no era su estilo.

Cómo sea, lo único que podía hacer en ese momento era tranquilizarse y ponerse detrás del volante.

Era su turno de manejar, lo cual todos agradecieron, pues su estilo era "rápido y seguro". Romeo estaba acostumbrado a andar en caminos largos a velocidades altas, la camioneta de Julian era para él un vehículo "de juguete" para sus habilidades, pues desde muy joven le habían enseñado a manejar maquinaria pesada. Sin embargo, al final del día eran los amortiguadores los que pagarían caro el retraso.

Romeo, suspiró, no se había cuenta de que iba canturreando las canciones de la noche anterior hasta que Giordano se lo hizo saber. El ambiente era mucho más pacífico que unas doce horas antes. Ellos ya no estaban cumpliendo al pie de la letra su itinerario, como se supone que lo harían, pero no quería preocuparse por eso, porque si lo hacía iba empezar a ponerse muy nervioso pensando cosas que, esperaba, aún no hubieran ocurrido; por ejemplo, una maldita boda.

Romeo y Julian (LCDVR #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora