06. De nuevas y principiantes.

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Observé a la rubia pasar en frente de mí moviendo exageradamente las caderas.

Siempre que venía alguien nuevo a ese instituto, o era un badboy de película, o era una perra básica. Estaba acostumbrada.

― ¿Ya has visto a la nueva? ― preguntó Diana, observándola con detención.

― Sí, se llama Rebecca, por lo que he oído. ― respondí, desinteresada, y volví a mirar la pantalla de mi móvil.

Si algo sabía de Rebecca, es que es la hermana melliza de Madison, y la acababan de transladar desde un colegio privado. O, al menos, eso era lo que decían.

De todas formas, se apellida Jones, muy diferente de Madison no podría ser. Vamos, digo yo.

Levanté la mirada y la pude ver a lo lejos, hablando con algunos del equipo de rugby.

También pude ver cómo Madison fue hacia donde se encontraba su hermana y enrollaba su brazo con el de ella, a la vez que saludaba a su novio con la mano.

Otra posible perra más a la colección.

En el momento en el que terminé mi merienda, sonó la alarma que indicaba que el recreo había terminado y avisé a Diana, para luego caminar por el pasillo en dirección a nuestras clases.

― ¿Vienes después conmigo al parque? ― pregunté.

― No lo sé, y el parque queda algo lejos de tu casa. ― respondió, mientras buscaba su mochila.

― No importa, iré en bicicleta o algo. ― me giré a mirarla y enarqué una ceja. ― ¿O es que tienes miedo de que te gane en la partida de baloncesto?

― No vas a ganarme. ― afirmó, y sonreí de lado.

― En ese caso, quedamos después de entreno. Hasta luego, zanahoria. ― reí, cogí mi mochila y me dirigí hacia mi clase.

***

Corrí hacia a la pista de fútbol cuando terminé de cambiarme y fui hasta donde se encontraba entrenando el equipo femenino.

Después de estirar, empezamos haciendo algunos toques con la pelota.

Hicimos un pequeño partido contra el equipo masculino ―en el cual ganaron, por cierto―, y después volvimos a los vestuarios. Ese día, la clase fue más corta, por lo que tuve tiempo de sobra para cambiarme.

Al terminar de cambiarme, fui directamente a mi casa. Me puse ropa cómoda, me recogí el pelo y busqué mi bicicleta por todas partes. 

Bien, mi bicicleta no estaba. 

Cogí mi skate ―bueno, más bien el de mi hermano, ya que lo perdía todo y el mío no aparecía―, salí de mi casa, y fui hasta el parque montada en él.

Llegué y vi a Diana sentada en un banco, botando la pelota en frente de la pista de baloncesto.

― Hey, Diana. ― grité para que fuera capaz de oírme, a la vez que caminaba hacia ella con el skate bajo el brazo.

― Hey, ¿empezamos la partida, novata?

― Adelante, principiante. ― se puso una mano en el pecho, haciéndose la ofendida, y comenzó a botar la pelota en dirección a la canasta.

Cuando estuvo a punto de meter la pelota en la canasta, puse la mano delante de ella, impidiendo que lanzara bien, de modo que la pelota se fue botando en dirección contraria.

Diana me acusó con la mirada y fui corriendo detrás de la pelota, frenando inmediatamente cuando llegué a donde estaba.

― ¿Me pasas la pelota? ― pregunté, intentando sonar lo menos cortante posible.

No soy tu princesa.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora